Con algo de dinero que me llegó inesperadamente y luego
de pagar cuentas que sorprendieron a mis deudores al haberlas dadas por
perdidas, me di a la tarea de visitar un par de librerías buscando textos con
precios regulados, entendiendo que, aunque suene disparatado, el libro es un
producto de primera necesidad.
Como se puede observar de seguidas, esto no es una crónica en sentido
estricto porque debería explicar varias combinaciones de palabras que al lector
foráneo le suenan a vacío, como serían los casos de ¨precios regulados¨ o
¨productos de primera necesidad¨ cuya combinación en un párrafo de corta
extensión producen una variante económica conocida como ¨bachaqueo¨.
Pues bien, al entrar al Centro Comercial pude observar que había en sus
entrañas una de las tantas filas que nos atosigan y ofrecen la sospecha de
expendio de productos de primera necesidad, del tipo alimentos (y ahora si
tiene sentido la combinación de palabras ¨productos de primera necesidad¨), donde
la sucesión de personas, puestas una detrás de otra, humilladas, era para adquirir,
y cito, ¨algo que iba a llegar¨.
Por supuesto no pensaba participar de dicho evento, pero, de la nada, un
sujeto mal trajeado como guardia de seguridad privado se colocó a once pasos de lo
que sería la mitad de la fila y a viva voz hilvanó una frase que sembró en la
concurrencia la certidumbre que en Venezuela estamos malditos.
- - Hoy no viene el camión, pero va
para el otro supermercado.
Como en esas series de zombis, la brisa que no era mucha por cierto, se
detuvo y el mal olor que llevamos al no tener jabón de tocador ni desodorante
se apoderó del espacio al tiempo que lentamente se retiraban los bachaqueros.
Sin quedarme a observar el éxodo fui hasta el espacio donde antaño se
ubicaba la librería para ratificar lo que me cuesta entender, los chinos están
entre nosotros, llenando con sus abastos, modelo quincalla de baratijas,
cualquier local de negocio fallido.
Con la mente en ninguna parte comencé a caminar hacia la salida cuando un
tumulto de aproximadamente 110 personas corría hacia mi gritando – Si viene,
coño, si viene.
Una señora que vio que mi perplejidad no me permitiría escapar de la
estampida, me tomó del brazo ubicándome en el puesto once de la fila, sin
tener a nadie delante de mí, no sin antes comentar con voz firme.
- - Mira escuálido, como te salvé la
vida, me vas a marcar diez puestos delante de ti, ¿entendiste?
- - Si, fue lo único que pude
susurrar.
- - Ok, mi nombre es Matilde pero me
dicen la Shuki y vengo en un par de horas, no te vayas a mover.
- - ¿Y si avanza?
- - Pues avanzas pendejo.
Claramente no pensaba obedecerla, ahora con dinerito en mano era una suerte
de potentado ante tanta miseria, además, en un par de días partiría hacia
Madrid por lo que no me importaba un carajo conseguir harina de maíz a precio
vil, pero debo reconocer que mi viejita si necesitaba y ella lo que menos se
espera es que quien la tiene abandonada le llegue con un par de paquetes que le
permitan llenar su estómago unos días.
Finalmente decidí que debía dejar de lado el orgullo al creerme superior (mi
amigo sacerdote se perdió en la explicación de este pecado y la interpretación
popular de la palabra) y mantenerme en la fila que ubicaba la
incertidumbre de llegar hasta un espacio del supermercado donde se venden
productos importados a precios regulados.
Una coincidencia astral permitió que pudiese continuar el proceso ya que mi
documento de identidad termina en cero por lo que nace un derecho que se
extingue con la luz solar o más bien cuando se agotan los productos.
Hablando ahora del trámite, la
primera particularidad que se observa es que la vigilancia de la fila está en
manos de militares agrupados en partes desiguales con una identificación de
varias letras mayúsculas en sus chalecos antibalas, donde la palabra pueblo está
en minusvalía con respecto a la palabra bolivariana y al observarlos se intuye que cumplen
la función de control del orden público, aunque no están habilitados
constitucionalmente, más aun por las armas de guerra que portan con mucha
ligereza.
El asunto tiene una dinámica que
mezcla la idiosincrasia (somos lo que somos y estamos como estamos por lo que
somos), el humor en cualesquiera de sus estados, el control de esfínteres y
sobre todo la falta de seguridad de acceso al producto que ese día se ofrece ya
que cuando finalmente la fila comienza a avanzar se inicia una lluvia de
decenas de personas que estaban en la fila sin hacerla porque habían ¨marcado¨
el puesto (yo mismo estaba marcándole 10 a la Shuki). Lo que sí está claro es
que todos, en plano de igualdad estamos en manos de la duda, aunque debo
reconocer que, como en todas las situaciones de vida, las mujeres, benditas
sean, son las que soportan la calamidad con estoicismo para atender a su
rebaño.
La experiencia coloca el tiempo
con el efecto de leer un mal libro durante una turbulencia aérea, es decir
mientras avanza se siembra en la conciencia el ¨falta menos para terminar¨,
pero la realidad es que quienes atienden el llamado del hambre saben que son
seres despreciados, víctimas de la violencia y el miedo, sometidos a la
humillación de padecer durante horas para llevar algo de comida a la casa.
Eso me hizo sentir fuera de
lugar, usurpando un espacio que debía ser de otro con mayor necesidad que la
mía, hasta que, luego de escuchar miles de cuentos que me agobiaban por su
crudeza, contados entre risas, pasé a formar parte del grupo de mendigantes,
quienes antes de hacerme uno de ellos a fuerza de cariño, me cobijaron
(haciéndome ver que estaba tan jodido como el que menos) y protegieron en cada
etapa del asunto, sobre todo en la parte donde se debe renunciar a tomar del
estante lo que se necesita o se desea, para acceder a una bolsa con tres
harinas de trigo, dos harinas de maíz y un par de envases de buena mayonesa,
tan cara esta última que la mayoría la dejaba en la caja al momento de saber
que el dinero no alcanzaba para pagarlas.
Resumiendo, puedo comentar que la
sensación de victoria al salir del supermercado con algo en la bolsa, que no es
proteína, se disipa rápido, a distancia prudente y organizados tapando cada
posible camino de salida, varios motorizados esperaban como buitres para cobrar
vacuna en especie a cambio del derecho de paso, porque queridos míos, ofrecer
dinero no sirve de nada en nuestro querido terruño y por supuesto yo no me
salvé del impuesto.