Pretendía
usar en este relato navideño el camino fácil de un par de lugares comunes y no
menos rudos, de cuya mezcolanza hace tiempo que se forma nuestro gentilicio. El
primero se conecta con la tragedia que padecemos en nuestro país y lo duro de
migrar huyendo, la mar de las veces a
pie hacia destinos que sin duda ni nos esperan ni nos dan la acogida que nuestros ancestros les dieron a sus ancestros,
sin vacilación debo acotar que lo anterior faltaría a la verdad porque quienes
nos reciben en su mayoría no solo lo hacen con la solidaridad de hermanos sino
que toleran nuestros abusos y sufren el cambio territorial y social de esta ola
invasiva que no cesa. El segundo se apoya en explotar el cambio de horario y
clima combinado con pasear por supermercados llenos de navidad (contrario a la
nada de los propios) que por razones de presupuesto se aleja de nuestras mesas.
En otras palabras, manipular al jurado que por compromiso debe leer algunos de
los escritos que compiten para intentar lograr solidaridad no con la calidad de
la obra sino con el vía crucis de alguien que tuvo que salir por la fuerza de
la tierra de sus amores. Descartado lo anterior por vergüenza visualicé a continuación
la narración en la cena de Navidad en casa de mi abuela, cuyos preparativos
comenzaban días antes, festivos todos, llenos de cerveza y tangos argentinos cantados
en Lituano desde un disco que desafiaba la historia ya que eran las canciones
de Gardel grabadas en la misma época, Atlántico
de por medio, que cuando el Morocho del Abasto dominaba Buenos Aires y por
efecto al mundo, pero la longitud que exigen las bases de este concurso no le harían
justicia a mi vieja y la maravilla de llenar la mesa con doce recetas, una para
cada Apóstol incluyendo el favorito de Jesús, buñuelos de yuca bañados en miel,
y la obligación del invitado de probar al menos una pequeña porción de cada
uno. En el trance de exprimirme la
cabeza combinando aventuras para dar con una historia rescatable, me tocó
servir de acompañante a quien por su país de origen no podía, aunque sin
argumento legal válido, abrir una cuenta bancaria y por lo gratificante de la
experiencia di con el cuento de Navidad. Después de salir del Metro y recorrer
un par de calles bajo frio y azul esperanza, nos esperaba una señora que es el
vivo retrato del personaje de Quino, quien había envejecido de buena manera,
superando su pesimismo, volcando su propósito de vida en hacer realidad la
posibilidad de miles y no exagero con la cifra, de connacionales que pueden
formalizar su estancia al acceder al sistema financiero español. Por cierto, abstenerse
bandidos porque os huele a leguas. Algunos dirán, no sin razón, que es parte de
su trabajo y al abrir a diario tantas cuentas como puede la limitante del
horario, la dama debe ganar ingentes bonificaciones por resultados de gestión,
pero debo interrumpir con una certeza a los desconfiados de oficio apoyándome en
lo que pude presenciar en la primera línea de fuego yaque si a ver vamos, ella expone su pellejo. Quienes emigramos como
ultimo recurso llevamos una carga que tiene su equivalente en la imagen de
transitar con una nube negra que no se disipa, a veces su tono adquiere una
ligera tonalidad grisácea y cuando ocurre podemos asumir que fue un buen día, así
que llegando diez minutos antes a la cita pude observar una larga fila en las
afueras de la agencia bancaria de seres cuya característica común era la
bendita nube sobre sus cabezas esperando el turno para que una de las duendes
del Niño Dios espantara la formación gaseosa de la manera como se acaba con las
nubes negras, haciendo que llueva, vía solidaridad, amor, amabilidad y don de gente
en un espacio copado por los colores de nuestra bandera que aun en las peores circunstancias
asociamos con los milagros. Los ahora bancarizados salían de la oficina bañados
en lágrimas que al brotar secaban la nube, con la herramienta financiera que
permite dar el segundo paso en el viaje que busca arraigo. Lo que no supe de la
hermosa mujer, homónima del personaje de Mafalda arriba mencionado, era si la
vida la había premiado con un buen matrimonio, rodeada de hijos que si los hay
deben saber que tienen una rolo de madre.