La semana pasada tuve la
oportunidad de visitar Castilla-La Mancha antes de la Gota Fría, y allí, luego
de suponer que había asegurado un negocio que luego se abortó por mi
incapacidad de tolerar al gamberro quien amaneció el día siguiente con ganas de
lanzar todo por la borda cambiando las condiciones de asociación pactadas por
oportunista, cuando la verdad fue que la mujer no le permitió acceder a unos
cuantos pavos, pues allí en medio de paisajes que dejan sin aliento y un queso estupendo
maridado con cañas, me encontré con un
sujeto con nombre de cuerpo celeste modo vía láctea, quien deferencia de por
medio, me habló de su pueblo y de las abejas. Aparte de ofrecerme una visión
del lugar absolutamente inversa al sentido común (pero a su vez muy valiosa), el
hombre mezcló su saber sobre abejas y hormigas con la contradicción que se
plantea al hablar de humanismo, de niveles superiores a los que se accede a
punta de estudio, meditación y desprendimiento; de la realidad de nuestra
eteriedad amarrada a una temporalidad limitada y del deber ser entes
espirituales y trascendentes de la mano de la solvencia económica que obliga el
vivir dentro de un mundo consumista. Vamos a ver si me explico; por logros
obtenidos (hablando de la humanidad y no de gobiernos) es justo ser menos
materialistas, incluso debemos obtener sin costo algunos alimentos y servicios.
Por otro lado, sin duda estamos destruyendo el planeta, y pasamos por una
crisis que apenas comienza donde el agua potable y los alimentos van a ser
insuficientes para tantos y en consecuencia el precio de lo que consideramos
valioso perderá fuerza al no tener como negociarse en un mercado con recursos
naturales no renovables y en vías de extinción. Si vamos más allá y nos
atrevemos a corregir el sistema que nos abruma, debemos promover el ahorro de
energía, la sustitución por alternativas verdes, el aprovechamiento de tierras
para cultivar alimentos sin cambios genéticos, sin pesticidas y sin abonos
químicos, cuidar el agua, proteger los ríos, etc., etc., etc., pero para ello
debemos contar con dinero suficiente para hacer dicha labor financieramente sostenible.
Pero ¿De dónde vía impuestos o donaciones se ubicarían los recursos para tamaña
faena? Pues de fábricas que contaminan, de empresas que procesan los alimentos
convirtiéndolos en veneno, de instituciones financieras que valoran más los
commodities y la especulación de sus títulos, de empresas de telecomunicaciones
que nos vuelven adictos y nos espían, de compañías que esclavizan a seres
humanos en países tremendamente pobres, de firmas que atienden las necesidades
que se generan en los conflictos armados y en fin de los mismos agentes que con
su accionar están acabando con este mundo de todos. ¿Y las abejas dónde
quedan?, la respuesta que las ubica como seres de otro planeta o de otra
dimensión, eje de un movimiento espiritual de avanzada no la voy a tratar
porque no entendí esa parte del mensaje, lo que puedo ver es que deben estar
intuyendo algún cataclismo porque en los bares en donde hago vida puedo verlas
en cantidades impresionantes, menos agresivas, construyendo colmenas cuyo peso
dobla árboles y en una tarea de vivir y de acaparar alimentos (supongo que
miel) en un mundo con menos flores, aprovisionándose para tiempos que auguran
difíciles. Mientras tanto nosotros en esta estupidez progresista que se da la
mano con su némesis: quienes no reconocen el cambio climático. Como saben, la
Gota Fría que luego golpeó cerca de donde estuve arrasó con todo, pero
curiosamente no vi a muchas abejas afectadas. En fin, ahorrar agua, no botar
basura (o botarla donde es para reciclarla), regular y controlar el modelo de
empresa depredadora, aprovechar los alimentos y compartirlos con quienes no
tienen y ahorrar electricidad deben ser las consignas, como buenos primeros
pasos, que debemos abordar para ver si le damos paz a las abejas.