Violencia aquí y ahora:
Con los ojos un poco más abiertos que de costumbre, me he dado a la tarea de observar las reacciones defensivas de las personas ante situaciones que en cualquier otra sociedad atrasada no llamarían a sospecha, como sería el caso de una pregunta sobre la hora, o de alguna dirección, la entrega de un volante publicitario o simplemente el caminar por espacios públicos. Sin entrar en detalles sobre reconocer o no la magnitud de la violencia que nos inunda, o sin pulsar susceptibilidades revolucionarias que únicamente admiten su presencia con el estúpido argumento de ser otra artimaña del imperio y sus lacayos locales, me pregunto ¿que reacción debe ser la correcta para enfrentar el ataque de delincuentes que no se satisfacen sino hasta que toman otra vida? Al buscar opiniones disímiles, de seres que han padecido al delito en carne propia, parece que no hay otra salida que enfrentar un asalto (que quizás no sea tal) con el clásico ¨quien pega primero pega dos veces¨. Lamentablemente todo alrededor hiede a peligro, a miedo sembrado gracias al uso indiscriminado de la palabra dentro de una realidad que no admite ignorar a la barbarie de algunos. La solidaridad con las víctimas desaparece, tanto al momento del hecho delictivo como al consumarse la humillación; en estos días en que un sicario se contrata por un centenar de miles no cabe el ánimo para acciones heroicas. Pero voy más allá, las víctimas o los ciudadanos comunes no reclaman sus derechos, no se agrupan con fortaleza para combatir al flagelo, la sociedad navega en el mar del desgobierno, que se ahoga al producir exclusivamente consignas para asegurar que el futuro será mejor. Lo peor del caso es que desvinculamos a la violencia con la realidad ¨del aquí y ahora¨ (Juan Pablo II se equivocó al definir al infierno como una situación y no como un lugar). Manejamos las cifras de muertes con frialdad estadística, mezclada con el calor de la pasión política que se vive, para lograr la tibieza de acciones colectivas sin articulación y sin análisis real del problema. En los barrios y en las urbanizaciones se conoce con certeza quienes son lo ¨azotes¨, quien trafica que, quien consigue permisos chimbos, cédulas, licencias de conducir o pasaportes y en la actualidad, el enfrentar a la violencia y al crimen con argumentos de paz ya no está funcionando, es por eso que, algunas veces, se calma a la muerte cuando se lincha alguna persona que impunemente tenía en vilo a un lugar determinado por mucho tiempo. Repito, no es cuestión de martirizar a las víctimas, de ofrecer respuestas mediáticas descalificando a grupos en supuesta minoría y tristemente para nosotros, nada ayuda que el sujeto que dirige las políticas de seguridad le arroje una sabana al televisor cuando se va a desvestir, para evitar que el imperio, vía satélite, se ría de sus vergüenzas. Es posible que la disminución de la criminalidad sea viable con la imposición de una ley seca permanente, con toques de queda, con redadas que ahora sirven para secuestrar o con el juramento a valores socialistas de nuevo cuño, quizás si aunque seguro que no. El esfuerzo debe ser integral y descentralizado, mientras mas local mejor (el poder nacional omnímodo no es mas que un mito que se vacía en panfletos gigantes) y se debe combatir el abuso con medidas preventivas, porque tal y como lo veo, debemos decirle al vecino que baje el volumen de la música y nos deje dormir que esperar perder el juicio y darle un tiro cuando sufrimos el escándalo todos los días. Si vamos a la parte roja de la población, lo primero que deben hacer los consejos comunales es organizarse y denunciar a los malandros (o expulsarlos cuando no se obtiene respuesta policial y judicial) porque si a ver vamos, son pocos, pero como destruyen.
Con los ojos un poco más abiertos que de costumbre, me he dado a la tarea de observar las reacciones defensivas de las personas ante situaciones que en cualquier otra sociedad atrasada no llamarían a sospecha, como sería el caso de una pregunta sobre la hora, o de alguna dirección, la entrega de un volante publicitario o simplemente el caminar por espacios públicos. Sin entrar en detalles sobre reconocer o no la magnitud de la violencia que nos inunda, o sin pulsar susceptibilidades revolucionarias que únicamente admiten su presencia con el estúpido argumento de ser otra artimaña del imperio y sus lacayos locales, me pregunto ¿que reacción debe ser la correcta para enfrentar el ataque de delincuentes que no se satisfacen sino hasta que toman otra vida? Al buscar opiniones disímiles, de seres que han padecido al delito en carne propia, parece que no hay otra salida que enfrentar un asalto (que quizás no sea tal) con el clásico ¨quien pega primero pega dos veces¨. Lamentablemente todo alrededor hiede a peligro, a miedo sembrado gracias al uso indiscriminado de la palabra dentro de una realidad que no admite ignorar a la barbarie de algunos. La solidaridad con las víctimas desaparece, tanto al momento del hecho delictivo como al consumarse la humillación; en estos días en que un sicario se contrata por un centenar de miles no cabe el ánimo para acciones heroicas. Pero voy más allá, las víctimas o los ciudadanos comunes no reclaman sus derechos, no se agrupan con fortaleza para combatir al flagelo, la sociedad navega en el mar del desgobierno, que se ahoga al producir exclusivamente consignas para asegurar que el futuro será mejor. Lo peor del caso es que desvinculamos a la violencia con la realidad ¨del aquí y ahora¨ (Juan Pablo II se equivocó al definir al infierno como una situación y no como un lugar). Manejamos las cifras de muertes con frialdad estadística, mezclada con el calor de la pasión política que se vive, para lograr la tibieza de acciones colectivas sin articulación y sin análisis real del problema. En los barrios y en las urbanizaciones se conoce con certeza quienes son lo ¨azotes¨, quien trafica que, quien consigue permisos chimbos, cédulas, licencias de conducir o pasaportes y en la actualidad, el enfrentar a la violencia y al crimen con argumentos de paz ya no está funcionando, es por eso que, algunas veces, se calma a la muerte cuando se lincha alguna persona que impunemente tenía en vilo a un lugar determinado por mucho tiempo. Repito, no es cuestión de martirizar a las víctimas, de ofrecer respuestas mediáticas descalificando a grupos en supuesta minoría y tristemente para nosotros, nada ayuda que el sujeto que dirige las políticas de seguridad le arroje una sabana al televisor cuando se va a desvestir, para evitar que el imperio, vía satélite, se ría de sus vergüenzas. Es posible que la disminución de la criminalidad sea viable con la imposición de una ley seca permanente, con toques de queda, con redadas que ahora sirven para secuestrar o con el juramento a valores socialistas de nuevo cuño, quizás si aunque seguro que no. El esfuerzo debe ser integral y descentralizado, mientras mas local mejor (el poder nacional omnímodo no es mas que un mito que se vacía en panfletos gigantes) y se debe combatir el abuso con medidas preventivas, porque tal y como lo veo, debemos decirle al vecino que baje el volumen de la música y nos deje dormir que esperar perder el juicio y darle un tiro cuando sufrimos el escándalo todos los días. Si vamos a la parte roja de la población, lo primero que deben hacer los consejos comunales es organizarse y denunciar a los malandros (o expulsarlos cuando no se obtiene respuesta policial y judicial) porque si a ver vamos, son pocos, pero como destruyen.
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