El Comité:
La pausa a sentado bien a las letras pero muy mal al espíritu. En los noventa días recientes me he dedicado en cuerpo y con una dosis promedio de alma, a coordinar un comité en donde sus miembros se creen con derecho de equipararse con los caballeros de la mesa redonda o con el estado mayor de Napoleón, con una diferencia que complica la ecuación, todos son el Rey Arturo y todos a su vez son prisioneros en Elba. No hay ningún interés por las actividades vinculadas a la operación, el esfuerzo se centra en ¨conquistar espacios¨, ¨defenderse de confabulaciones¨, ¨concretar alianzas¨, ¨expulsar al enemigo¨, y cualquier otra mamaguevada que se pose en la mente de sujetos febriles, terriblemente acomplejados, pero sobre todo malas personas en stricto sensu. Pero como es deber de padre proteger a sus retoños, me propongo realizar un ejercicio en donde intente disminuir el impacto de una idiotez colectiva que pone en peligro la atención de afiliados, quienes han confiado en nuestra sociedad para proteger su salud y su patrimonio. El comienzo parece simple, empezar por el inicio, pero tan fácil no es porque todos tienen una visión particular que los hace dueños de la idea, únicos promotores y salvadores de la patria, insustituibles pues, aunque nada de eso es verdad, la empresa fue parida por una madre que en este caso lleva el nombre de hombre, más específicamente por Charles, con todo el dolor para el alma del atormentado Airen El alumbramiento de las morochas tuvo lugar en fechas diferentes, con tres años de diferencia, situación que se puede verificar en la práctica solo para el caso de sociedades mercantiles, pero son hermanas y peor aún son interdependientes hasta tal punto que la muerte de una arrastrará a la misma suerte a la otra. Pero basta de cháchara, demos rienda suelta a los recuerdos, esperando que la velocidad de escritura permita enderezar el árbol torcido, para que el final de todo este sin sentido sea cuando menos ajeno a la tragedia. Mi nombre es Andrés, y soy un personaje que se repite en al menos dos historias más, pero en esta tengo la ventaja que la práctica en el escribir y contar si hace al monje.
La pausa a sentado bien a las letras pero muy mal al espíritu. En los noventa días recientes me he dedicado en cuerpo y con una dosis promedio de alma, a coordinar un comité en donde sus miembros se creen con derecho de equipararse con los caballeros de la mesa redonda o con el estado mayor de Napoleón, con una diferencia que complica la ecuación, todos son el Rey Arturo y todos a su vez son prisioneros en Elba. No hay ningún interés por las actividades vinculadas a la operación, el esfuerzo se centra en ¨conquistar espacios¨, ¨defenderse de confabulaciones¨, ¨concretar alianzas¨, ¨expulsar al enemigo¨, y cualquier otra mamaguevada que se pose en la mente de sujetos febriles, terriblemente acomplejados, pero sobre todo malas personas en stricto sensu. Pero como es deber de padre proteger a sus retoños, me propongo realizar un ejercicio en donde intente disminuir el impacto de una idiotez colectiva que pone en peligro la atención de afiliados, quienes han confiado en nuestra sociedad para proteger su salud y su patrimonio. El comienzo parece simple, empezar por el inicio, pero tan fácil no es porque todos tienen una visión particular que los hace dueños de la idea, únicos promotores y salvadores de la patria, insustituibles pues, aunque nada de eso es verdad, la empresa fue parida por una madre que en este caso lleva el nombre de hombre, más específicamente por Charles, con todo el dolor para el alma del atormentado Airen El alumbramiento de las morochas tuvo lugar en fechas diferentes, con tres años de diferencia, situación que se puede verificar en la práctica solo para el caso de sociedades mercantiles, pero son hermanas y peor aún son interdependientes hasta tal punto que la muerte de una arrastrará a la misma suerte a la otra. Pero basta de cháchara, demos rienda suelta a los recuerdos, esperando que la velocidad de escritura permita enderezar el árbol torcido, para que el final de todo este sin sentido sea cuando menos ajeno a la tragedia. Mi nombre es Andrés, y soy un personaje que se repite en al menos dos historias más, pero en esta tengo la ventaja que la práctica en el escribir y contar si hace al monje.
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