Poder divino no es:
Cuando se agota el tiempo de los hombres y se tiene el control absoluto (y aparente) solo queda una cosa por hacer, aplicar el recurso conocido como poder constituyente originario. Sin importar su definición doctrinaria, tan difusa como otras normas de rango superior, la excusa se esgrime cuando el delegado asume el mandado que le otorgaron los delegantes para deshacer y decir lo que le venga en gana, con la salvedad que no es él quien habla sino que lo hace reflejando el interés colectivo, en otras palabras, por efecto del recurso el delegado se convierte en la voz del pueblo. Quienes invocan el poder constituyente originario para su uso personal, se convierten en una especie de Moisés (con tablas incluidas) cuya voz no permite interrupción porque lo que sale de los labios santos son profecías en estado natural. El profeta nos dispara la incertidumbre de un futuro mejor, si nos sometemos a las normas divinas, en el entendido que se deben realizar ciertas reverencias al altísimo para agradecer su bondad de convertirnos en el pueblo de dios. El problema se presenta cuando el profeta deja a un lado su cargo de delegado y asume el papel del creador, quien ya no habla a través de sus palabras sino que ahora su voz es Ley. Y esta dualidad esquizoide profeta-dios, que causa el principio teórico de la verdad absoluta (dios no miente), mezclado con aquella travesura que establece la infalibilidad papal, que falla pero solo se le permite auto corregirse so pena de excomulgar a quien diga lo contrario, provoca que la falta de acierto del delegado se convierta en un problema colectivo y catastrófico. La ventaja con las religiones es que tienen un libro sagrado que aunque permite interpretaciones, la mas de las veces acomodaticias para servir los intereses de los sacerdotes superiores, no admiten la enmienda de la palabra de dios, por tanto es imposible esgrimir el argumento del poder constituyente originario para cambiar capítulos y versos para adaptar el mandato contenido a ¨los nuevos tiempos¨. Pero esto no es garantía de nada, porque quienes se ven agobiados por el susurro divino generalmente lanzan a sus pueblos a cruzadas imposibles y sangrientas, con la excusa de liberar a la tierra de las garras de los infieles (caso Irak). Ahora bien, por el camino que transita la revolución y sus muchachos, quienes a punta de desaciertos se han ganado mi cariño mas no mi respeto, me hace ratificar lo que pulula en mi cabeza enratonada desde hace tiempo, que el poder como medio no sirve para atender intereses colectivos, que nombrar un delegado plenipotenciario para que organice nuestra vida no tiene mayor sentido sino asumimos que las normas que intentan regirnos se deben simplificar hasta convertirlas en una copia de la declaración que protege los derechos humanos y que fusionada con los diez mandamientos nos permita respetarnos los unos a los otros para evitar el uso de la coletilla que produce profetas y que cuando se vuelve ruego el cantar, confunde la mente del delegado al pensar este que la misma lo vuelve dios (palabra de dios, te lo pedimos señor ¿presidente?). En conclusión, no inventen y sometan a referéndum los cambios constitucionales que pretenden, ya que el poder constituyente originario, aparte que no existe, divino no es.
Cuando se agota el tiempo de los hombres y se tiene el control absoluto (y aparente) solo queda una cosa por hacer, aplicar el recurso conocido como poder constituyente originario. Sin importar su definición doctrinaria, tan difusa como otras normas de rango superior, la excusa se esgrime cuando el delegado asume el mandado que le otorgaron los delegantes para deshacer y decir lo que le venga en gana, con la salvedad que no es él quien habla sino que lo hace reflejando el interés colectivo, en otras palabras, por efecto del recurso el delegado se convierte en la voz del pueblo. Quienes invocan el poder constituyente originario para su uso personal, se convierten en una especie de Moisés (con tablas incluidas) cuya voz no permite interrupción porque lo que sale de los labios santos son profecías en estado natural. El profeta nos dispara la incertidumbre de un futuro mejor, si nos sometemos a las normas divinas, en el entendido que se deben realizar ciertas reverencias al altísimo para agradecer su bondad de convertirnos en el pueblo de dios. El problema se presenta cuando el profeta deja a un lado su cargo de delegado y asume el papel del creador, quien ya no habla a través de sus palabras sino que ahora su voz es Ley. Y esta dualidad esquizoide profeta-dios, que causa el principio teórico de la verdad absoluta (dios no miente), mezclado con aquella travesura que establece la infalibilidad papal, que falla pero solo se le permite auto corregirse so pena de excomulgar a quien diga lo contrario, provoca que la falta de acierto del delegado se convierta en un problema colectivo y catastrófico. La ventaja con las religiones es que tienen un libro sagrado que aunque permite interpretaciones, la mas de las veces acomodaticias para servir los intereses de los sacerdotes superiores, no admiten la enmienda de la palabra de dios, por tanto es imposible esgrimir el argumento del poder constituyente originario para cambiar capítulos y versos para adaptar el mandato contenido a ¨los nuevos tiempos¨. Pero esto no es garantía de nada, porque quienes se ven agobiados por el susurro divino generalmente lanzan a sus pueblos a cruzadas imposibles y sangrientas, con la excusa de liberar a la tierra de las garras de los infieles (caso Irak). Ahora bien, por el camino que transita la revolución y sus muchachos, quienes a punta de desaciertos se han ganado mi cariño mas no mi respeto, me hace ratificar lo que pulula en mi cabeza enratonada desde hace tiempo, que el poder como medio no sirve para atender intereses colectivos, que nombrar un delegado plenipotenciario para que organice nuestra vida no tiene mayor sentido sino asumimos que las normas que intentan regirnos se deben simplificar hasta convertirlas en una copia de la declaración que protege los derechos humanos y que fusionada con los diez mandamientos nos permita respetarnos los unos a los otros para evitar el uso de la coletilla que produce profetas y que cuando se vuelve ruego el cantar, confunde la mente del delegado al pensar este que la misma lo vuelve dios (palabra de dios, te lo pedimos señor ¿presidente?). En conclusión, no inventen y sometan a referéndum los cambios constitucionales que pretenden, ya que el poder constituyente originario, aparte que no existe, divino no es.