El agua para los patos y para las ranas:
Siempre he tenido la impresión que por estos bares es más importante el parecer ocupado, cuando se está en horas de trabajo, que producir resultados concretos. Pero existen lugares dominados, en apariencia, por una monarquía borbónica (en términos reales) en donde el ocio tiene su espacio y es respetado con veneración como si se tratase del cuerpo de Cristo. El ocio bien entendido, que permite hablar mal de todo lo bueno y que congestiona taguaras que se cansan de servir cerveza, desperdiciando en el ejercicio un porcentaje que suena a pecado, es parte de una conducta de países avanzados en donde los próceres toman sus ratos libres a la luz de todos nosotros, amen. Que yo sepa (y sé poco) nuestro soldado principal nunca toma vacaciones, su habito hacia el trabajo es parte de un complejo que sufren quienes quieren cambiar la historia a punta de insomnios sin sentido. Sin profundizar en un detalle que no me interesa, las pocas veces que he visto el aló, aparte de darme mucha risa la seriedad que se esgrime (el sujeto tiene con que) llega un momento en que se rompe la barrera de la resistencia humana y el sumo sacerdote comienza a hablar dormido de sus sueños particulares en Macondo. Pero ¿Por qué no descansar? Nadie sabe, quizás sea parte de un tinglado que nos vende la imagen del padre que se trasnocha por sus hijos, aunque sabemos que cuando se tiene al destino entre las manos la familia pierde sentido o al menos pasa a grados inferiores. Pero, en una estancia en Madrid (para los lugareños el nombre de la ciudad termina en Z) me puso a pensar que no era necesario escapar de reuniones estériles con la excusa de continuar el trabajo en un lugar distante, basta comentar que es tiempo de una ¨cañita¨ para así darle salud al cuerpo maltrecho atendiendo al alma, que bastante le viene en falta. Interrumpir la jornada para una siesta, para un almuerzo en familia o para (y aquí impongo mi negativa por lo limitado de la ingesta) beberse una copa de vino entre conocidos, ha producido en lugares como España una integración imposible entre factores que luchan a muerte por obtener un país que ya tienen. La ceremonia es muy sabrosa, máximo dos copas acompañadas de tapas (pasapalos) que ahuyentan el hambre y que permiten dinamizar la economía al ser ocupados hasta los teque-teques todos los bebederos de una ciudad muy animada y señorial. Las canciones que copan las estancias hablan del desprestigio que produce el beber agua, líquido destinado en exclusiva para los patos y para las ranas, aunque para preservar el hígado se debe pasar por el mal rato con mucha frecuencia y en grandes cantidades. Pero, como no hay tierra como mi llano, quiero proponer, o mas bien exigir, que se deje de atacar a personas que toman el almuerzo como una antesala al fin de semana (siempre y cuando se respete el límite de dos copas) y que a la vuelta su aliento no despierte amonestaciones por parte del encargado de recursos humanos, ya que lo que nos reivindica como genero es la capacidad de convertir a los ratos de ocio en libertad en grado absoluto. Ya verán que al aplicar lo antedicho la incoherencia de reforma constitucional pierde sustancia y su capacidad para generar histeria colectiva se verá mermada porque todos estaremos en el bar, brindando por la bueno de la vida, que como sabemos no se hace esperar.
Siempre he tenido la impresión que por estos bares es más importante el parecer ocupado, cuando se está en horas de trabajo, que producir resultados concretos. Pero existen lugares dominados, en apariencia, por una monarquía borbónica (en términos reales) en donde el ocio tiene su espacio y es respetado con veneración como si se tratase del cuerpo de Cristo. El ocio bien entendido, que permite hablar mal de todo lo bueno y que congestiona taguaras que se cansan de servir cerveza, desperdiciando en el ejercicio un porcentaje que suena a pecado, es parte de una conducta de países avanzados en donde los próceres toman sus ratos libres a la luz de todos nosotros, amen. Que yo sepa (y sé poco) nuestro soldado principal nunca toma vacaciones, su habito hacia el trabajo es parte de un complejo que sufren quienes quieren cambiar la historia a punta de insomnios sin sentido. Sin profundizar en un detalle que no me interesa, las pocas veces que he visto el aló, aparte de darme mucha risa la seriedad que se esgrime (el sujeto tiene con que) llega un momento en que se rompe la barrera de la resistencia humana y el sumo sacerdote comienza a hablar dormido de sus sueños particulares en Macondo. Pero ¿Por qué no descansar? Nadie sabe, quizás sea parte de un tinglado que nos vende la imagen del padre que se trasnocha por sus hijos, aunque sabemos que cuando se tiene al destino entre las manos la familia pierde sentido o al menos pasa a grados inferiores. Pero, en una estancia en Madrid (para los lugareños el nombre de la ciudad termina en Z) me puso a pensar que no era necesario escapar de reuniones estériles con la excusa de continuar el trabajo en un lugar distante, basta comentar que es tiempo de una ¨cañita¨ para así darle salud al cuerpo maltrecho atendiendo al alma, que bastante le viene en falta. Interrumpir la jornada para una siesta, para un almuerzo en familia o para (y aquí impongo mi negativa por lo limitado de la ingesta) beberse una copa de vino entre conocidos, ha producido en lugares como España una integración imposible entre factores que luchan a muerte por obtener un país que ya tienen. La ceremonia es muy sabrosa, máximo dos copas acompañadas de tapas (pasapalos) que ahuyentan el hambre y que permiten dinamizar la economía al ser ocupados hasta los teque-teques todos los bebederos de una ciudad muy animada y señorial. Las canciones que copan las estancias hablan del desprestigio que produce el beber agua, líquido destinado en exclusiva para los patos y para las ranas, aunque para preservar el hígado se debe pasar por el mal rato con mucha frecuencia y en grandes cantidades. Pero, como no hay tierra como mi llano, quiero proponer, o mas bien exigir, que se deje de atacar a personas que toman el almuerzo como una antesala al fin de semana (siempre y cuando se respete el límite de dos copas) y que a la vuelta su aliento no despierte amonestaciones por parte del encargado de recursos humanos, ya que lo que nos reivindica como genero es la capacidad de convertir a los ratos de ocio en libertad en grado absoluto. Ya verán que al aplicar lo antedicho la incoherencia de reforma constitucional pierde sustancia y su capacidad para generar histeria colectiva se verá mermada porque todos estaremos en el bar, brindando por la bueno de la vida, que como sabemos no se hace esperar.
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