El baterista enmascarado:
Uno de los oficios más extraños, que otorga a quien lo ejerce el beneficio de estar en una escala superior al del resto de los mortales, es el de ¨ingeniero de sonido¨. Extraño, porque es un trabajo al que se llega sin preparación académica y que mezcla las bondades de ser un músico frustrado, que odia a los cantantes, pero debe trabajar para ellos. Generalmente son sujetos que padecen enfermedades que afectan su capacidad auditiva pero, gracias a esa deficiencia, ¨oyen todo perfecto¨ dentro del espectro espacial que da su arrogancia. Dicha perfección dura poco y el sonido amplificado se ajusta al gusto de la otra parte de la humanidad a medida que los músicos y los cantantes, durante el show, le hacen miles de muecas indicándole al custodio de la piedra filosofal sónica que su trabajo, como siempre, no sirve para nada. Aunque pensé que la vida me brindaría la dicha de alejarme de ese circuito, por razones vinculadas al amor debí volver a sufrir la certeza de un evento musical que arrancó con las deficiencias antedichas, en donde se presentaba ¨El Baterista Enmascarado¨. Estuve orbitando por horas, evitando ingresar en el submundo de lo que sucede tras escenario, hasta que no tuve mas remedio que salvar la distancia para saludar a algunos conocidos, quienes hacen vida lanzándose a los leones de manera voluntaria para ofrecernos su talento al armonizar sonidos que calman las ansias que produce lo ¨que pasa allá afuera¨. Lamentablemente y por mi tendencia de aprovechar mi posición de príncipe consorte, no me acostumbro a que me traten con descortesía los sujetos que nada tienen que ver con producir música y que se llaman a si mismos ¨organizadores¨, calificativo por cierto que contradice el desastre que representa el saber que a minutos del comienzo del show nada se encuentra en su punto. Pero eso no tiene importancia, al salir la banda y bajar las luces la hipnosis colectiva se apodera de la sala y el entuerto se desenreda por obra y gracia de los protagonistas, quienes invadidos por el aura de hacer lo que saben, nos llevan a recorrer el camino de la humanidad a través del mas antiguo imposible, dominar al sonido para restringirlo a lo que se dibuja en un pentagrama. La música generalmente se interrumpe por anécdotas que tratan de incorporar al público a la magia musical, las mas de las veces sin mayor argumento y que sirven para que el ¨ingeniero¨ mueva sus botoncitos hasta colocarlos al nivel requerido y así, entre palabras, la presencia de cada instrumento adquiere el justo espacio en la armonía y las voces se escuchan con nitidez, las últimas tres canciones. Por cierto, los músicos no son gente, al menos no como el resto de los mortales, pero nosotros, el público, toleramos sus desvaríos para escucharlos hacer magia, incluso cuando intentan esconderse bajo una gorra (con pretensiones de mascara) para tocar un instrumento para el que tienen calificación y que por razones de mercadeo no lo ejecutan ¨porque eso no vende discos¨. Por eso, en el evento en cuestión dejamos que el baterista se creyera enmascarado y nadie lo perturbó pidiéndole que cantara canciones de su autoría, como lo haría cualquier admirador de Frank Quintero.
Uno de los oficios más extraños, que otorga a quien lo ejerce el beneficio de estar en una escala superior al del resto de los mortales, es el de ¨ingeniero de sonido¨. Extraño, porque es un trabajo al que se llega sin preparación académica y que mezcla las bondades de ser un músico frustrado, que odia a los cantantes, pero debe trabajar para ellos. Generalmente son sujetos que padecen enfermedades que afectan su capacidad auditiva pero, gracias a esa deficiencia, ¨oyen todo perfecto¨ dentro del espectro espacial que da su arrogancia. Dicha perfección dura poco y el sonido amplificado se ajusta al gusto de la otra parte de la humanidad a medida que los músicos y los cantantes, durante el show, le hacen miles de muecas indicándole al custodio de la piedra filosofal sónica que su trabajo, como siempre, no sirve para nada. Aunque pensé que la vida me brindaría la dicha de alejarme de ese circuito, por razones vinculadas al amor debí volver a sufrir la certeza de un evento musical que arrancó con las deficiencias antedichas, en donde se presentaba ¨El Baterista Enmascarado¨. Estuve orbitando por horas, evitando ingresar en el submundo de lo que sucede tras escenario, hasta que no tuve mas remedio que salvar la distancia para saludar a algunos conocidos, quienes hacen vida lanzándose a los leones de manera voluntaria para ofrecernos su talento al armonizar sonidos que calman las ansias que produce lo ¨que pasa allá afuera¨. Lamentablemente y por mi tendencia de aprovechar mi posición de príncipe consorte, no me acostumbro a que me traten con descortesía los sujetos que nada tienen que ver con producir música y que se llaman a si mismos ¨organizadores¨, calificativo por cierto que contradice el desastre que representa el saber que a minutos del comienzo del show nada se encuentra en su punto. Pero eso no tiene importancia, al salir la banda y bajar las luces la hipnosis colectiva se apodera de la sala y el entuerto se desenreda por obra y gracia de los protagonistas, quienes invadidos por el aura de hacer lo que saben, nos llevan a recorrer el camino de la humanidad a través del mas antiguo imposible, dominar al sonido para restringirlo a lo que se dibuja en un pentagrama. La música generalmente se interrumpe por anécdotas que tratan de incorporar al público a la magia musical, las mas de las veces sin mayor argumento y que sirven para que el ¨ingeniero¨ mueva sus botoncitos hasta colocarlos al nivel requerido y así, entre palabras, la presencia de cada instrumento adquiere el justo espacio en la armonía y las voces se escuchan con nitidez, las últimas tres canciones. Por cierto, los músicos no son gente, al menos no como el resto de los mortales, pero nosotros, el público, toleramos sus desvaríos para escucharlos hacer magia, incluso cuando intentan esconderse bajo una gorra (con pretensiones de mascara) para tocar un instrumento para el que tienen calificación y que por razones de mercadeo no lo ejecutan ¨porque eso no vende discos¨. Por eso, en el evento en cuestión dejamos que el baterista se creyera enmascarado y nadie lo perturbó pidiéndole que cantara canciones de su autoría, como lo haría cualquier admirador de Frank Quintero.
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