Arepas de tofu:
Si se bebe con descuido, mirando por la ventana y disfrutando la luz que por estos días comienza a ser del tono que me gusta, pues, de esa forma, el engrudo blanquecino al mezclarse con café se parece un poco a la leche. Lo que no recomiendo es el derivado de soya, sólido y rallado (aunque la consistencia del tofu impide el rallado efectivo) para rellenar arepas y mucho menos para rociar unas refritas que a dos semanas en el refrigerador adquieren el justo sabor. Esto del desabastecimiento me tiene con las vergüenzas acatarradas, ya no es posible planificar un desayuno dominguero porque los ingredientes que lo hacen posible ya no forman parte de nuestra cotidianidad, lo mas cercano que estuve de lograr la hazaña fue este sábado, cuando encontré un potecito que al destaparlo tenia en sus entrañas a una porción generosa de carne mechada y como tenía a la mano un trozo de queso amarillo, importado de la isla de mis amores, me dispuse a realizar el asado de unas arepas, tostadas hasta el límite, para que en conjunción con lo anterior armar un par de ¨peluas¨. El problema se presentó cuando no pude ubicar el trozo de mantequilla que atesoraba para utilizarlo en una ocasión especial, por lo que la receta sufrió la mutación de prepararse con margarina. Revolución pura, pues. Con los plátanos no tengo mayor problema, los hago al horno evitando con ello el horror de freírlos con aceite de canola (obtenido de una aberración herbaria llamada colza o nabo aceitero). Tampoco representa para mi familia una amenaza alimenticia la orden del gobierno de producir pastas con arroz, maíz blanco y lepna (los profesores Earle Herrera del ministerio de la alimentación confunden la que se produce en el lago de Maracaibo con la que se comen en el desayuno los naturales de Estonia) ya que en ese platillo lo importante es la salsa y aquí el control de precios me permitió descubrir las bondades de moler el lagarto sin hueso para sustituir a la pulpa negra. En descargo puedo comentar que en los anaqueles todavía se pueden encontrar algunas marcas de café arábico, con baja concentración de lentejas y aserrín, pero ante la escasez de azúcar y el juramento de nunca consumir productos ¨ligeros¨ he notado el aumento de algarrobo en el producto. Unos amigos que llegaron desde Virginia me trajeron unos camarones congelados, comprados en la capital misma del imperio, y puedo comentar que para ser de el hatillo, Estado Miranda, estaban bastante aceptables para hacerlos al ajillo, el detalle se presentó al día siguiente cuando nos emperramos en hacer de ellos cóctel de camarones y allí la mezcla que sabe a mayonesa (parece golosina pero tiene vitaminas) nos hizo pasar una mal rato. Menos mal que para la revolución la salsa de tomate no representa un objetivo militar a corto plazo, por lo que podremos seguir disfrutando las miserias de un perro caliente de cuando en cuando. ¿Habrá forma de reconciliarnos con Lula para que nos mande algo de pollo?, ¿Será la señora K tan voraz como su marido con el dinero de nosotros, y nos seguirá mandando carne y leche desde la Argentina a precios galácticos? Dios quiera que si. De Colombia olvídense, porque hasta que el buen oficiante y facilitador no concrete sus tratos con la guerrilla, Uribe no nos mandará ni coquito.
Si se bebe con descuido, mirando por la ventana y disfrutando la luz que por estos días comienza a ser del tono que me gusta, pues, de esa forma, el engrudo blanquecino al mezclarse con café se parece un poco a la leche. Lo que no recomiendo es el derivado de soya, sólido y rallado (aunque la consistencia del tofu impide el rallado efectivo) para rellenar arepas y mucho menos para rociar unas refritas que a dos semanas en el refrigerador adquieren el justo sabor. Esto del desabastecimiento me tiene con las vergüenzas acatarradas, ya no es posible planificar un desayuno dominguero porque los ingredientes que lo hacen posible ya no forman parte de nuestra cotidianidad, lo mas cercano que estuve de lograr la hazaña fue este sábado, cuando encontré un potecito que al destaparlo tenia en sus entrañas a una porción generosa de carne mechada y como tenía a la mano un trozo de queso amarillo, importado de la isla de mis amores, me dispuse a realizar el asado de unas arepas, tostadas hasta el límite, para que en conjunción con lo anterior armar un par de ¨peluas¨. El problema se presentó cuando no pude ubicar el trozo de mantequilla que atesoraba para utilizarlo en una ocasión especial, por lo que la receta sufrió la mutación de prepararse con margarina. Revolución pura, pues. Con los plátanos no tengo mayor problema, los hago al horno evitando con ello el horror de freírlos con aceite de canola (obtenido de una aberración herbaria llamada colza o nabo aceitero). Tampoco representa para mi familia una amenaza alimenticia la orden del gobierno de producir pastas con arroz, maíz blanco y lepna (los profesores Earle Herrera del ministerio de la alimentación confunden la que se produce en el lago de Maracaibo con la que se comen en el desayuno los naturales de Estonia) ya que en ese platillo lo importante es la salsa y aquí el control de precios me permitió descubrir las bondades de moler el lagarto sin hueso para sustituir a la pulpa negra. En descargo puedo comentar que en los anaqueles todavía se pueden encontrar algunas marcas de café arábico, con baja concentración de lentejas y aserrín, pero ante la escasez de azúcar y el juramento de nunca consumir productos ¨ligeros¨ he notado el aumento de algarrobo en el producto. Unos amigos que llegaron desde Virginia me trajeron unos camarones congelados, comprados en la capital misma del imperio, y puedo comentar que para ser de el hatillo, Estado Miranda, estaban bastante aceptables para hacerlos al ajillo, el detalle se presentó al día siguiente cuando nos emperramos en hacer de ellos cóctel de camarones y allí la mezcla que sabe a mayonesa (parece golosina pero tiene vitaminas) nos hizo pasar una mal rato. Menos mal que para la revolución la salsa de tomate no representa un objetivo militar a corto plazo, por lo que podremos seguir disfrutando las miserias de un perro caliente de cuando en cuando. ¿Habrá forma de reconciliarnos con Lula para que nos mande algo de pollo?, ¿Será la señora K tan voraz como su marido con el dinero de nosotros, y nos seguirá mandando carne y leche desde la Argentina a precios galácticos? Dios quiera que si. De Colombia olvídense, porque hasta que el buen oficiante y facilitador no concrete sus tratos con la guerrilla, Uribe no nos mandará ni coquito.
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