El día D:
Después de mediodía bajé los cuatrocientos metros que me separaban del centro de votación para ejercer mi derecho. Al hacerlo a pie pude sentir (literalmente) las miradas de las personas que a la izquierda y a la derecha de la calle me saludaban como todos los días y daban muestras de respeto al verme transitar hacia el cumplimiento del acto electoral. Apresurando el paso y con las manos en los bolsillos, llegué a la puerta del colegio para enfrentar con hombría los miles de fantasmas que se regaron todo el día y cuyo despiadado ataque tenía como fin impedir que pulsara la pantallita. Pero nada sucedió, los dueños del circo (uniformados de verde y con insignias indescifrables en el cuello del traje) me recibieron con mucha amabilidad y tras mirar mi cédula de identidad me indicaron que la ¨mesa¨ en donde condensaría mi preferencia estaba identificada con el número 1. El trámite fue tan sencillo que la siguiente escena que recuerdo se dio al aperturar el bar y el desagrado que me produjo que la tinta no solo era indeleble sino maloliente, por lo que para disfrutar el trago tuve que beber con la izquierda. A partir de ese momento los otros espectros se apoderaron del ambiente para sembrar en el colectivo la certeza de un fraude, de situaciones violentas que acabarían con la vida de muchos y la más importante de todas las certezas, que en breve seriamos un país comunista, tipo Cuba. En este punto, debo hacer un paréntesis para criticar la debilidad de espíritu (su cuerpo aparenta no dar para mucho) de Fidel, quien fue nominado como diputado al Parlamento cubano, con lo que quedó abierta la posibilidad de su reelección como presidente de Cuba en los próximos comicios, la cual, como dijo el insigne Lucas, aceptó. Debido a lo anterior (los fantasmas violentos) y venciendo la vergüenza que me impedía formar parte de ceremonias alocadas, me dispuse con mi familia a adelantar la navidad y con ello disfrutar la última cena de noche buena, con la particularidad que la recreamos a eso de las cuatro de la tarde, pero eso sí, con hallacas, pan de jamón y ensalada de gallina que bien habla de la libertad que pronto perderíamos. Después de las seis de la tarde se impuso la tecnología y los mensajes fatales viajaban ahora vía SMS, con faltas ortográficas que hacen sospechar la pérdida de visión de viejos que contagiados por los muchachos defendían a la patria con sus celulares como espadas. La sombra copó todos los espacios a la siete y media, aunque a mi me pareció que se hizo de noche, y el colmo de la estupidez se produjo gracias a la intervención irresponsable del Ministro de verbo enrevesado, quien dijo lo que todos sabían, que la oposición conocía los resultados. Cuando no pude beber mas, y rindiéndome ante el cansancio me dormí ante la historia. Me desperté bajo una lluvia de cohetes que hacían pensar lo mejor y al encender el televisor, pude medio ver al ex facilitador reconociendo gallardamente su derrota. Hoy temprano la alegría y la tristeza se mezclaban en una sociedad que dista mucho de ser tal y como a todos nos gusta inventar, los rumores indicaban que el presidente reconoció la victoria del otro bando por presión de los militares (otra vez los fulanos portándose mal) y los que apostaron por la victoria del ¨Si¨ sin tener muy claro la propuesta, llevados por el amor al comandante, regaron a los cuatro vientos que nadie gano ni perdió, sino que ganó Venezuela, cosa por cierto, que comparto plenamente. Lo que viene ahora es la típica respuesta del gobierno, que si perdimos, pero no, que fue pirrica, pero si, aunque se ratificó lo que ya dije: no es no, y punto.
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