Socialismo registral y del notariado:
Denunciar el socialismo registral es tarea que me acobarda un poco, dado que vivo de redactar y presentar documentos para cumplir, en nombre de mis clientes, con disposiciones de Ley. Lo particular de esta nota es tratar de esquivar la moda que ubica la crítica simplona (sobre cualquier mal rato que sufre el ciudadano) como un acto opositor. La idea es dejar por sentado que, por razones sin razón, las diligencias que debemos hacer ante oficinas públicas deben transitar un vía crucis, sembrando la certeza que quienes nos gobiernan no quieren que las hagamos. Pues bien, buscando la fidelidad en el relato, sin incluir la bajeza y falta de respuesta de empleados que se deben al público, cuento que llegué al registro (por temor a represalias debo obviar que se trata del Primero) sobre las 6 de la mañana, siendo recibido por un Estás tarde pajarito y no entras. Cuando me di la vuelta vencido por la realidad, una amable señora me comentó que podía darme su puesto por la módica suma de doscientos de los fuertes. Tentador, sin duda, pero limpio e´bola decidí quedarme un rato hasta que la ciudad se llenare de transito y con ello evitar un arrebaton. Por un milagro (así fue calificado por unos sujetos cuya presencia se materializaría en el futuro) la cola comenzó a caminar y me llevó, emocionado por demás, a las puertas de la oficina pública en donde debía estampar mi firma. Inocente del trámite, quedé estampado ante la entrada que sería abierta dentro de dos horas, hasta que otra señora (igualmente amable) me indicó que debía tomar mí puesto escaleras abajo si no quería perderlo. Obediente empecé a caminar descubriendo que el edificio tenía cinco sótanos y que mi turno me llevó a una fila interminable de tramitantes, gestores y pacientes otorgantes que se deben a la tarea de sufrir porque así son las cosas ahora. Sin saber que esperar intenté resolver el misterio preguntando a mi vera ¿ahora qué? y una cadena de ojos enrojecidos por la falta de sueño me sugirió silencio si es que quería obtener el numero que reconoce el cubano. A eso de los 7 los carros comenzaron a llenar los espacios y el humo de los escapes nos permitió agravar el padecimiento, insólitamente atenuado con un y eso que es viernes porque si no es peor. Como a las 8 y 10 comenzó a avanzar la cola y veinte minutos después, de la mano de un papelito que tenia la fecha del día, recibí las congratulaciones de quienes como yo tenían cubierto el primer paso de una serie de seis. En la puerta otra señora, quien tenía el monopolio de la venta de periódicos dentro del registro, me obligó amablemente a comprarle uno para luego decirme donde estaba la otra cola (otorgantes). A las 9 y luego de un quítate de allí, no te recuestes allá, no sé, de un par de empujones y de mucha sonrisa de mi parte, cumplí el paso 2 (entregar el papel para que ubicaran el documento). En esencia todo el mundo estaba molesto, incluyendo los empleados, la falta de eficacia los martiriza ya que rechazan (como si fuese un deber), con débiles argumentos, alrededor de 80 documentos al día, activando mas burocracia, porque según entiendo la revolución no tiene nada que ver con la eficiencia, el servicio público y la atención al ciudadano, la idea es dar trabajo a quienes inmediatamente sienten que tienen una cuota de poder que defender. Lo del cubano ya es lugar común, según las buenas lenguas en cada registro la jefatura de servicios y el manejo del sistema está en manos de los antillanos (aunque oí el tonito cantarín no puede verificar lo anterior). El número mágico parece ser el ochenta y tres (¿la edad de Fidel?) y quienes estén dentro del rango tienen el 45% de la batalla ganada. Mi última visita al registro fue hace unos años y recuerdo que en la sala de otorgamiento trabajaban nueve personas atendiendo los requerimientos diarios. Por supuesto, la igualdad que propone el proceso daña a las personas de la tercera edad, a las embarazadas e incluso a los discapacitados, que igual deben hacer la cola sin ningún privilegio por su condición. Aparte del vejamen, en el ambiente flotaba la incertidumbre si vas a ser llamado o no, ya que dos horas y media después de aperturado el departamento no habían convocado a nadie y los primeros recibieron la noticia que su documento estaba retenido en legal (algunos hablaban de once rechazos en donde la última modificación solicitada era reconstruir la primera versión presentada hace meses). Finalmente me citaron a eso de las once y al entrar la molestia quedó atenuada porque entre los cientos de funcionarios que pululan por el registro, únicamente dos damas estaban otorgando documentos. Salí de allí a las doce y media sin el papel, pero animado porque vería el primer tiempo del juego de futbol entre Venezuela y Nigeria. A las dos y media volví y cuando me entregaron el ejemplar fui felicitado por los tramitantes, quienes entre palmadas y vítores me hicieron sentir que de alguna forma había recuperado la libertad.
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