En el
interior de la posada la virgen de Covadonga y la virgen de Coromoto se hacen
compañía, pero quien ejerce señorío territorial es la segunda. Quizá por eso se
llama Hacienda Las Marías, una parranda de hectáreas que son aprovechadas
parcialmente para la siembra de café ibérico, cacao del tipo nigeriano y la
joya de la corona, unas docenas de matas de cacao tipo Chuao que en tiempos de
Pepe Bonaparte hacían las delicias de la corte.
Para llegar al centro neurálgico, Juan nos recibe en un
restaurante germánico donde se disfruta parcialmente la hermosa vista de la
única colonia alemana que sobrevive en Latinoamérica donde es bueno visitarla
para comer salchichas a la parrilla, codillo al horno y de postre fresas con
crema o selva negra. Desde allí, medio abrigados, pasados por el aseo y listos
para la segunda parte del viaje, nos encaramamos en un furgón de doble tracción
para embarcarnos hacia el monumento Codazzi y de allí comenzar el tránsito de
bajadas hacia el imperio de Juan y Vive. Y se preguntarán, cómo puede evadirse la inseguridad y la violencia a
metros de donde se generan, pues, sorteando caminos mal asfaltados hasta llegar
a una carretera de tierra donde se debe transitar a poca velocidad y a Dios
rogando. Los delincuentes nos dejan pasar gracias al salvoconducto de hecho
extendido al simpático asturiano quien hace labor social en los pequeños
caseríos que se encuentran dentro de los límites de su propiedad, entendiendo
que la licencia se renueva trimestralmente manteniendo la promesa, que seguro
cumplirá cuando lleguen tiempos mejores, de reconstruir la escuelita, dotarla
de internet y mejorar las instalaciones del puesto policial.
La posada
ubicada estratégicamente como si se tratase de un ojo nadando dentro de un triángulo,
nos recibe con un portón antiquísimo sobre cuyo soportal de cemento tratado a
mano ondean hermanadas la bandera de mi pueblo, la de Asturias y la de España.
Juan lo explica muy bien, es venezolano de España, nacido en Asturias y a mucha
honra. Al ingresar vemos como la locura de los emprendedores no tiene límite y
más cuando se proyectan iniciativas imposibles de cumplir en un siglo, pero
cada paso en el camino deja huella que habla bien del buen gusto y la tenacidad
de sus dueños.
Hablar de
las habitaciones, las estancias, el zaguán, la zona especialmente situada para
cocinar a la brasa, las neveras colocadas equidistantes para que entre ellas
las cervezas heladas que reposan en sus entrañas no estén separadas por una
distancia superior a once metros, de eso, claro, para el huésped es alucinante,
una especie de palacete indiano en la mitad de ninguna parte. A mi me llamó la
atención el ingenio que permite surtir de electricidad a la casa por medios
hidroeléctricos, una máquina de principios del siglo XX que permite a su vez alimentar
con energía a un artefacto de secado de café de la misma época que nos llena de
orgullo al dejar constancia que alguna vez por estos bares fuimos gente.
La posada
está custodiada por agua, riachuelos que bajan de la montaña trayendo entre sus
cauces agua pura y fría colmando el ambiente de un arrullo permanente que nos
hace olvidar que a menos de 5 kilómetros, escondidas entre matorrales y mal
dotadas, se encuentran varias casuchas que sirven para esconder a
secuestrados.
A las 6 de
la mañana del siguiente día me espera un café colado y con peque salgo a
recorrer los linderos del parador empezando por cruzar un pequeño arroyo que da
entrada a una serie de mesetas conectadas en zetas hasta llegar a la cumbre.
Cuando mi compañera estaba más pequeña y me preguntaba por el nombre de las
plantas que nos encontrábamos en el camino le comentaba que eran una sucesión
interminable de cafetos, cacaos, bucares y otros nombres que inventaba
siguiendo la pauta de medicamentos que terminaban en x, así habían oxirix,
safex y andyx, que seguramente no daban frutos por ser inventados. Al llegar a
la cumbre podíamos observar el vasto imperio que era regentando desde la posada
y sin duda era un paisaje que llama a volver. Luego de verificar que la
manguera para llevar agua a los sembradíos había sido de nuevo cortada por los
invasores habituales, comenzábamos el descenso de flores desde un terreno que
fue aplanado para servir de helipuerto. El agua nos guiaba hasta las escaleras
que daban a la parte de atrás de la cocina donde me esperaba más café para
luego dirigirme hasta la oficina del dueño colmada de fotos que dejan
constancia de su gloria deportiva, Juan aún después de 30 años sigue siendo el
máximo goleador de la categoría que está un paso atrás de la segunda B.
El verdor
de la zona es tan intenso que duele, el aroma de café, cacao, leña de cafeto
ardiendo acompañan nuestros baños en el rio para luego de estar cerca de morir
por hipotermia, ingresar en el complejo y seguir disfrutando de una piscina
colmada de atenciones de tan hermoso matrimonio. Yo llamaba a la hacienda el paraíso de
las despedidas. Allí pasaron sus últimos días en el país él Le y el borrachito
con sus familias y allí también, sin saberlo, aunque Juan lo presentía, me
despedí de mi tierra expulsado por la maldad, que ahora hace vida en la cabeza
del loquito de Aíren con quien ya no hay forma de mantener sociedad. Espero con
ansias que el destino comience a girar contrario a las agujas del reloj y así
volver a las Marías estrenando su nueva razón social, la Hacienda del regreso.
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