Mercado maldito:
Recordando lo que pasó cuando el escorpión fue alejado del cuerpo de mi padre, en un episodio que derivó en una teoría conspirativa que aún no tiene un desenlace claro, ese día, cuando al fin se dignó a conversar sobre algo mas que su aporte pasivo a este proceso evolutivo que vivimos como país, me atreví a confesar algo que todos sabían, que realizaba sin importar los matices que se presentasen en el cielo, pero que forma parte de aquellos hechos, que por vergüenza, no se comentan a viva voz. Fue cuando descubrí que existen conductas que se aceptan por razones de genero, de color de la piel y de altura (física), pero siempre bajo la condición que no se hable de ellas, como es el caso que me ocupa actualmente, que permite, a la sombra de costumbres campesinas y primitivas, que algunas niñas sean entregadas al cuidado de depredadores a cambio de una supuesta mejoría en su condición de vida. Y lo digo porque tengo los pelos del burro en la mano, porque he sido testigo al transitar la ruta que me lleva del paraíso personal que disfruto al infierno en donde me gano algunas monedas, cansado de observar como esa actividad comercial tiene sus puestos de venta de mercancía a lo largo de varios kilómetros, a la vista de todos. Lamentablemente los promotores de esa actividad son los padres de las niñas, cuando por azar forman familia, ya que la consecuencia que permite que el trafico de humanos se mantenga es que quien adquiere el producto, lo disfrute y lo destruya al concretarse el embarazo de la criatura, abandonándola a su suerte cuando esto sucede, convirtiéndola en mercancía de segunda a disposición de clientes con menor poder adquisitivo, garantizando la producción de nuevos seres que a futuro serán subastados. Y como denunciar esto, cuando la costumbre ha convertido en norma a tan singular aberración y cuando la autoridad de menor rango vive en el barrio y se coloca en la fila cuando las niñas salen al mercado de manos de sus representantes. Maldita sea la vida cuando al levantar la vista del periódico veo que no hay nada que hacer y que el hacer se convierte en sin razón, cuando la ignorancia lleva a cometer semejante atrocidad con el aval de la miseria.
Recordando lo que pasó cuando el escorpión fue alejado del cuerpo de mi padre, en un episodio que derivó en una teoría conspirativa que aún no tiene un desenlace claro, ese día, cuando al fin se dignó a conversar sobre algo mas que su aporte pasivo a este proceso evolutivo que vivimos como país, me atreví a confesar algo que todos sabían, que realizaba sin importar los matices que se presentasen en el cielo, pero que forma parte de aquellos hechos, que por vergüenza, no se comentan a viva voz. Fue cuando descubrí que existen conductas que se aceptan por razones de genero, de color de la piel y de altura (física), pero siempre bajo la condición que no se hable de ellas, como es el caso que me ocupa actualmente, que permite, a la sombra de costumbres campesinas y primitivas, que algunas niñas sean entregadas al cuidado de depredadores a cambio de una supuesta mejoría en su condición de vida. Y lo digo porque tengo los pelos del burro en la mano, porque he sido testigo al transitar la ruta que me lleva del paraíso personal que disfruto al infierno en donde me gano algunas monedas, cansado de observar como esa actividad comercial tiene sus puestos de venta de mercancía a lo largo de varios kilómetros, a la vista de todos. Lamentablemente los promotores de esa actividad son los padres de las niñas, cuando por azar forman familia, ya que la consecuencia que permite que el trafico de humanos se mantenga es que quien adquiere el producto, lo disfrute y lo destruya al concretarse el embarazo de la criatura, abandonándola a su suerte cuando esto sucede, convirtiéndola en mercancía de segunda a disposición de clientes con menor poder adquisitivo, garantizando la producción de nuevos seres que a futuro serán subastados. Y como denunciar esto, cuando la costumbre ha convertido en norma a tan singular aberración y cuando la autoridad de menor rango vive en el barrio y se coloca en la fila cuando las niñas salen al mercado de manos de sus representantes. Maldita sea la vida cuando al levantar la vista del periódico veo que no hay nada que hacer y que el hacer se convierte en sin razón, cuando la ignorancia lleva a cometer semejante atrocidad con el aval de la miseria.
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