Breves sobre violencia.
En la actualidad, confundir la libertad individual con el derecho (supuesto) de hacer lo que nos venga en gana, es parte de la respuesta cómoda e irresponsable que algunos escupen cuando se habla de la crisis desatada por la violencia en nuestros días.
Parece que proceder irrespetando a los demás, fuese una mala interpretación de lo que otorga el estado como proceso de reivindicación hacia los que menos tienen, aunque sencillamente no lo es, si queremos definir lo que pasa podemos determinar que es abuso por un lado (que se escuda bajo el ropaje de la libertad conquistada) y tolerancia cómplice por parte de quienes en teoría nos deben cuidar.
No suscribo la tesis que certifica que en nuestra tierra no hay estado de derecho, concepto de por si estrafalario y redundante porque la consecuencia visible del establecimiento formal del estado es la presencia del derecho como atributo ciudadano, y quizás por esa coletilla, hábilmente mercadeada por los artífices de la verdad a medias, es que la mayoría de los habitantes de acá renuncian por anticipado a ejercer acciones para proteger sus derechos, porque hacerlo sería una soberana perdida de tiempo. El principio que acepto es que el estado funciona de manera formal, los informales somos nosotros.
Volviendo a la violencia, los organismos encargados de acorralar o mantener a raya a los agentes que la producen (una victoria definitiva es imposible), constantemente declaran que los esfuerzos se anulan ya que los facultados para ejercer las acciones por parte del poder judicial y/o del ministerio público son incapaces, corruptos y complacientes, por tanto no se articulan los procesos para garantizar la paz ciudadana.
Lamento decir que esta insensata confesión de ineptitud, que busca librar de responsabilidad a los miembros del ejecutivo- poder que se elige por vía directa este diciembre- no genera otra situación que la impunidad en grado absoluto.
Extrañamente la confesión busca humanizar a los protagonistas de esta historia, tanto a los incapaces (cómplices la mas de las veces) que ruegan por una segunda, tercera y cuarta oportunidad, para que la misma se traduzca en victoria electoral, como también intenta humanizar a los salvajes que azotan a la población con el argumento que son un subproducto del capitalismo.
La respuesta para quienes tienen el monopolio para ejercer la violencia del estado, pero que no cumplen, es solicitar más recursos (para robárselos), mas poder (para restringir las libertades), articular una red de policía nacional (para acabar con la descentralización) y por supuesto hacer de todos los habitantes corresponsables por vivir y permitir que el estado funcione bajo una estructura de libertad garantizada por la constitución.
Es decir, ahora nos venden la idea que únicamente instaurando un régimen socialista, por vía de elecciones o instituyendo la presidencia vitalicia, se puede combatir y reducir los índices de sangre regada en la calle a diario, que por su cantidad amenaza con ahogarnos.
Mientras tanto los delincuentes (gente seria al parecer), articulados en redes organizadas, ganan espacio dentro de una sociedad temerosa de hacer valer sus derechos, se arman para imposibilitar cualquier acción contra ellos, reclutan a jóvenes sin esperanza, ponen en jaque a la estructura que debe por fuerza cobijar a la sociedad y sobre todo, por la impunidad garantizada por la acción torpe del estado, se les permite conquistar cada día mayores espacios en donde sembrando la muerte ejercen algo que por aquí se parece mucho a un oficio con réditos inmediatos.
En otras palabras, estamos permitiendo que el delito sea una profesión rentable.
Claro, en este momento debemos calarnos a la violencia, en época de reelecciones nadie va poner orden dentro de las ciudades paralelas (buhoneros), lo mas probable es que el inefable ministro encargado de la seguridad nos siga instruyendo sobre el uso correcto de la lengua (extraordinaria la clase magistral sobre emboscada), y para él, que tanto sabe sobre ubicar definiciones condensadas por la RAE, le pregunto: ¿Cómo llamamos al acto salvaje de tomar por las armas a un canal televisivo, matando en el acto a todo lo que se atravesase?, ¿Masacre?, ¿Homicidio calificado con alevosía por motivos fútiles?, ¿Revolución? o simplemente ¿Crimen contra la humanidad?.
Para ejercer mi derecho al estribo literario, creo que la respuesta ante el problema no está en el azar o en el rezar, está en volvernos ciudadanos activos -sin importar el color de la franela que vistamos- execrando al temor, y sobre todo exigiendo responsabilidades, garantizadas por una constitución vigente y magnífica, aunque con ausencia de leyes fundamentales para articular su aplicación.
En la actualidad, confundir la libertad individual con el derecho (supuesto) de hacer lo que nos venga en gana, es parte de la respuesta cómoda e irresponsable que algunos escupen cuando se habla de la crisis desatada por la violencia en nuestros días.
Parece que proceder irrespetando a los demás, fuese una mala interpretación de lo que otorga el estado como proceso de reivindicación hacia los que menos tienen, aunque sencillamente no lo es, si queremos definir lo que pasa podemos determinar que es abuso por un lado (que se escuda bajo el ropaje de la libertad conquistada) y tolerancia cómplice por parte de quienes en teoría nos deben cuidar.
No suscribo la tesis que certifica que en nuestra tierra no hay estado de derecho, concepto de por si estrafalario y redundante porque la consecuencia visible del establecimiento formal del estado es la presencia del derecho como atributo ciudadano, y quizás por esa coletilla, hábilmente mercadeada por los artífices de la verdad a medias, es que la mayoría de los habitantes de acá renuncian por anticipado a ejercer acciones para proteger sus derechos, porque hacerlo sería una soberana perdida de tiempo. El principio que acepto es que el estado funciona de manera formal, los informales somos nosotros.
Volviendo a la violencia, los organismos encargados de acorralar o mantener a raya a los agentes que la producen (una victoria definitiva es imposible), constantemente declaran que los esfuerzos se anulan ya que los facultados para ejercer las acciones por parte del poder judicial y/o del ministerio público son incapaces, corruptos y complacientes, por tanto no se articulan los procesos para garantizar la paz ciudadana.
Lamento decir que esta insensata confesión de ineptitud, que busca librar de responsabilidad a los miembros del ejecutivo- poder que se elige por vía directa este diciembre- no genera otra situación que la impunidad en grado absoluto.
Extrañamente la confesión busca humanizar a los protagonistas de esta historia, tanto a los incapaces (cómplices la mas de las veces) que ruegan por una segunda, tercera y cuarta oportunidad, para que la misma se traduzca en victoria electoral, como también intenta humanizar a los salvajes que azotan a la población con el argumento que son un subproducto del capitalismo.
La respuesta para quienes tienen el monopolio para ejercer la violencia del estado, pero que no cumplen, es solicitar más recursos (para robárselos), mas poder (para restringir las libertades), articular una red de policía nacional (para acabar con la descentralización) y por supuesto hacer de todos los habitantes corresponsables por vivir y permitir que el estado funcione bajo una estructura de libertad garantizada por la constitución.
Es decir, ahora nos venden la idea que únicamente instaurando un régimen socialista, por vía de elecciones o instituyendo la presidencia vitalicia, se puede combatir y reducir los índices de sangre regada en la calle a diario, que por su cantidad amenaza con ahogarnos.
Mientras tanto los delincuentes (gente seria al parecer), articulados en redes organizadas, ganan espacio dentro de una sociedad temerosa de hacer valer sus derechos, se arman para imposibilitar cualquier acción contra ellos, reclutan a jóvenes sin esperanza, ponen en jaque a la estructura que debe por fuerza cobijar a la sociedad y sobre todo, por la impunidad garantizada por la acción torpe del estado, se les permite conquistar cada día mayores espacios en donde sembrando la muerte ejercen algo que por aquí se parece mucho a un oficio con réditos inmediatos.
En otras palabras, estamos permitiendo que el delito sea una profesión rentable.
Claro, en este momento debemos calarnos a la violencia, en época de reelecciones nadie va poner orden dentro de las ciudades paralelas (buhoneros), lo mas probable es que el inefable ministro encargado de la seguridad nos siga instruyendo sobre el uso correcto de la lengua (extraordinaria la clase magistral sobre emboscada), y para él, que tanto sabe sobre ubicar definiciones condensadas por la RAE, le pregunto: ¿Cómo llamamos al acto salvaje de tomar por las armas a un canal televisivo, matando en el acto a todo lo que se atravesase?, ¿Masacre?, ¿Homicidio calificado con alevosía por motivos fútiles?, ¿Revolución? o simplemente ¿Crimen contra la humanidad?.
Para ejercer mi derecho al estribo literario, creo que la respuesta ante el problema no está en el azar o en el rezar, está en volvernos ciudadanos activos -sin importar el color de la franela que vistamos- execrando al temor, y sobre todo exigiendo responsabilidades, garantizadas por una constitución vigente y magnífica, aunque con ausencia de leyes fundamentales para articular su aplicación.
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