El plasma de mis amores:
Al comprar todos somos iguales en el querer. Pretender que por razones vinculadas a la ideología o las creencias religiosas debemos obligatoriamente ser diferentes al adquirir bienes o servicios, no tiene ningún sentido. Aquí se quiere lo que ofrece la globalización, intentar cambiar esa verdad, bombardeando inútilmente al pueblo con las bondades del hombre nuevo, pobre pero honrado, pobre pero sumiso ante el régimen, y sobre todo pobre pero idiota, no es mas que un camino que al transitarlo produce palabras altisonantes pero sin auditorio. Por eso, ante la interrogante de ¿Dónde está el dinero que ha entrado en los últimos años por renta petrolera? la respuesta está a la vista, no en obras e inversiones productivas, la plata se fue en la compra de bienes superfluos, en zapatos de marca (aunque de imitación por el contrabando de productos, principalmente desde Asia) en juegos de video, en pulseritas para la chama, en la nevera para la vieja, en carros de lujo y apartamentos para los bolivarianos, para sus conexos y afines. Y no estoy con esto criticando a la bolsería de comprar bolserías, porque cuando el dinero ha estado ausente tanto tiempo, la respuesta natural es adquirir con su ingreso eso que siempre y como en las novelas ¨hemos soñado¨. El problema se presenta cuando los recursos que por retórica nos pertenecen a todos, son dilapidados en proyectos salvadores pero extraños (palma aceitera, dátiles, mate, chicha de maíz morado, etc.), condimentados por ideología de nuevo cuño, unicamente por efecto del número romano que nos ubica temporalmente, pero vieja como el Lada en los tiempos de la cuarta república, sazonada con héroes distantes a nuestra tierra, y con un atajo de sinvergüenzas que bajan la cabeza y dicen ¨si mi comandante en jefe, señor¨, para que cuando el icono de la revolución despega en su avionzote, empecemos a repartir billete entre los miembros de nuestro entorno, para comprar veinte televisores de plasma de sesenta pulgadas, violando con nuestro accionar a la confianza y al principio de designar las medidas con el sistema métrico-decimal. Con el dinero no se debe jugar, el dinero está sin duda para gastarlo, pero cuando es de todos lo que al menos se debe aspirar es que las inversiones públicas respondan a producir bienes y servicios básicos, necesarios para cubrir la norma primigenia que se rige por los derechos humanos, inyectando recursos en algo que se asoma a la distancia como ordenamiento territorial, desvinculado a la politiquería y en donde el capricho de yo siembro aquí cactus para recoger cocochas (manjar muy apreciado pero ajeno al reino vegetal), siembro olmos esperando a las peras, sea sustituido por el aquí, con políticas serias, con medios de producción de probado rendimiento y con visión de autarquía alimentaría, se siembra maíz para comer todos. Comento que por razones vinculadas a la locura familiar, cuando a el papá de mi hermano (el del medio) le dio por promover con éxito en el garaje de su casa al ancestro de lo que ahora conocemos como Mercal; las caraotas que con ensueño esperaban los parroquianos para satisfacer al paladar con tan excelso manjar, tenían denominación de origen en inglés. El imperio nos ganaba otra batalla, las negritas que comemos, eran y al parecer son, producidas industrialmente y con desprecio racial, para chicanos en Michigan, EEUU.
Al comprar todos somos iguales en el querer. Pretender que por razones vinculadas a la ideología o las creencias religiosas debemos obligatoriamente ser diferentes al adquirir bienes o servicios, no tiene ningún sentido. Aquí se quiere lo que ofrece la globalización, intentar cambiar esa verdad, bombardeando inútilmente al pueblo con las bondades del hombre nuevo, pobre pero honrado, pobre pero sumiso ante el régimen, y sobre todo pobre pero idiota, no es mas que un camino que al transitarlo produce palabras altisonantes pero sin auditorio. Por eso, ante la interrogante de ¿Dónde está el dinero que ha entrado en los últimos años por renta petrolera? la respuesta está a la vista, no en obras e inversiones productivas, la plata se fue en la compra de bienes superfluos, en zapatos de marca (aunque de imitación por el contrabando de productos, principalmente desde Asia) en juegos de video, en pulseritas para la chama, en la nevera para la vieja, en carros de lujo y apartamentos para los bolivarianos, para sus conexos y afines. Y no estoy con esto criticando a la bolsería de comprar bolserías, porque cuando el dinero ha estado ausente tanto tiempo, la respuesta natural es adquirir con su ingreso eso que siempre y como en las novelas ¨hemos soñado¨. El problema se presenta cuando los recursos que por retórica nos pertenecen a todos, son dilapidados en proyectos salvadores pero extraños (palma aceitera, dátiles, mate, chicha de maíz morado, etc.), condimentados por ideología de nuevo cuño, unicamente por efecto del número romano que nos ubica temporalmente, pero vieja como el Lada en los tiempos de la cuarta república, sazonada con héroes distantes a nuestra tierra, y con un atajo de sinvergüenzas que bajan la cabeza y dicen ¨si mi comandante en jefe, señor¨, para que cuando el icono de la revolución despega en su avionzote, empecemos a repartir billete entre los miembros de nuestro entorno, para comprar veinte televisores de plasma de sesenta pulgadas, violando con nuestro accionar a la confianza y al principio de designar las medidas con el sistema métrico-decimal. Con el dinero no se debe jugar, el dinero está sin duda para gastarlo, pero cuando es de todos lo que al menos se debe aspirar es que las inversiones públicas respondan a producir bienes y servicios básicos, necesarios para cubrir la norma primigenia que se rige por los derechos humanos, inyectando recursos en algo que se asoma a la distancia como ordenamiento territorial, desvinculado a la politiquería y en donde el capricho de yo siembro aquí cactus para recoger cocochas (manjar muy apreciado pero ajeno al reino vegetal), siembro olmos esperando a las peras, sea sustituido por el aquí, con políticas serias, con medios de producción de probado rendimiento y con visión de autarquía alimentaría, se siembra maíz para comer todos. Comento que por razones vinculadas a la locura familiar, cuando a el papá de mi hermano (el del medio) le dio por promover con éxito en el garaje de su casa al ancestro de lo que ahora conocemos como Mercal; las caraotas que con ensueño esperaban los parroquianos para satisfacer al paladar con tan excelso manjar, tenían denominación de origen en inglés. El imperio nos ganaba otra batalla, las negritas que comemos, eran y al parecer son, producidas industrialmente y con desprecio racial, para chicanos en Michigan, EEUU.
No comments:
Post a Comment