Peligro en el bar:
Debemos tener cuidado con las señales que nos mandan sobre la restricción en el otorgamiento de divisas para importar licores y vehículos de lujo. Con relación a los vehículos, si bien es cierto que pueden perjudicar la capacidad de soñar con adquirir alguno, distante al bolsillo pero al alcance de nuestro campo visual, a mí ni me va ni me viene, ahora con la caña no, esos no son juegos. Mas aún, cuando producto de la marcha opositora del sábado 7 de octubre, los participantes luego de sudar colectivamente en el acto de fe, se dedicaron a asaltar con sus gargantas a cuanto bar se encontrara a diez y siete kilómetros a la redonda. Los testigos del hecho, que a su vez fueron convidados de bronce en mesas atiborradas hasta el límite, contaron al día siguiente que la ingesta alcohólica fue simplemente exagerada, incluso en varios puntos de la ciudad se produjeron violaciones masivas a la norma de beber con pausas, impidiendo el ingreso de pasapalos que servirían de amortiguadores a las paredes estomacales de un pueblo que hace nada había activado -¿de nuevo?- los mecanismos para dar la pelea, electoralmente hablando, en contra del semidiós que brama las bondades de abstenerse, pero de licor. Por razones vinculadas a la nada, no pude ser testigo presencial del cruel arrase de las reservas de agua ardiente, que hasta la fecha los locales custodiaban con virtud templaria, pero desde aquí pude disfrutar de un par de cervezas y luego de un par de tragos de escoses, en el único país del mundo en donde el par cuando se bebe representa al número once (par de unos). Por supuesto la distancia lo que produce es nostalgia, sumada a la certidumbre y al recuerdo que por ese camino ya transitamos, que el bendito tramo siempre se abre al principio con alegría y luego, cuando los ánimos se trastocan hacía batallas imaginarias por sobrevivir, por proteger derechos que solo mencionamos en comederos que imitan a lugares de acervo, regentados en su mayoría por lusitanos que manchan la regla de servirlas frías, es allí, en segundas y terceras convocatorias, cuando empezamos a ceder a la paranoia de las maquinitas capta huellas, al complot de la CANTV, a ser víctimas de las alzas injustificadas del dólar paralelo y con esto, cuando se empelotan los hechos en una masa forzada, como la que hablaba Cortazar al referir la estructura de un mal cuento, pasamos a ser seres acomplejados, racistas, excluyentes y sin modales, pensando que somos mejores porque a la fortuna caprichosa le dio por atendernos mas y mejor que a otros, que señores, lamento comunicar con dolor en el alma, que aún son mayoría, los jodidos digo. La reflexión no viene sujeta a normar a la esperanza, o a desanimar al movimiento que de nuevo luce las virtudes de ser fuerte en cuanto a número, ni mucho menos intento desalentar a los vecinos de derecha que son perseguidos por el fantasma del comunismo desde tiempos que por aquí no se vivieron. Lo que pretendo es que tratemos a las reservas de licor como se tratan a las reservas energéticas, que se ponga límite al número de tragos disponibles por persona (excluyendo a quienes deban ser apartados por motivos fútiles que garanticen mas para los panas) y que apresemos a los bebedores que intentan demostrar la tesis que no existe daño posible para quienes la ciencia a identificado como agentes pasivos en el beber. Claro, a veces un mal artículo puede sufrir un final feliz, ajeno incluso a quien mal les escribe, pero vinculado a la idea principal que por limitaciones llegó a la antimateria literaria, porque la promoción electorera del comandante amoroso, permite establecer la certeza que unos beben y otros se rascan.
Debemos tener cuidado con las señales que nos mandan sobre la restricción en el otorgamiento de divisas para importar licores y vehículos de lujo. Con relación a los vehículos, si bien es cierto que pueden perjudicar la capacidad de soñar con adquirir alguno, distante al bolsillo pero al alcance de nuestro campo visual, a mí ni me va ni me viene, ahora con la caña no, esos no son juegos. Mas aún, cuando producto de la marcha opositora del sábado 7 de octubre, los participantes luego de sudar colectivamente en el acto de fe, se dedicaron a asaltar con sus gargantas a cuanto bar se encontrara a diez y siete kilómetros a la redonda. Los testigos del hecho, que a su vez fueron convidados de bronce en mesas atiborradas hasta el límite, contaron al día siguiente que la ingesta alcohólica fue simplemente exagerada, incluso en varios puntos de la ciudad se produjeron violaciones masivas a la norma de beber con pausas, impidiendo el ingreso de pasapalos que servirían de amortiguadores a las paredes estomacales de un pueblo que hace nada había activado -¿de nuevo?- los mecanismos para dar la pelea, electoralmente hablando, en contra del semidiós que brama las bondades de abstenerse, pero de licor. Por razones vinculadas a la nada, no pude ser testigo presencial del cruel arrase de las reservas de agua ardiente, que hasta la fecha los locales custodiaban con virtud templaria, pero desde aquí pude disfrutar de un par de cervezas y luego de un par de tragos de escoses, en el único país del mundo en donde el par cuando se bebe representa al número once (par de unos). Por supuesto la distancia lo que produce es nostalgia, sumada a la certidumbre y al recuerdo que por ese camino ya transitamos, que el bendito tramo siempre se abre al principio con alegría y luego, cuando los ánimos se trastocan hacía batallas imaginarias por sobrevivir, por proteger derechos que solo mencionamos en comederos que imitan a lugares de acervo, regentados en su mayoría por lusitanos que manchan la regla de servirlas frías, es allí, en segundas y terceras convocatorias, cuando empezamos a ceder a la paranoia de las maquinitas capta huellas, al complot de la CANTV, a ser víctimas de las alzas injustificadas del dólar paralelo y con esto, cuando se empelotan los hechos en una masa forzada, como la que hablaba Cortazar al referir la estructura de un mal cuento, pasamos a ser seres acomplejados, racistas, excluyentes y sin modales, pensando que somos mejores porque a la fortuna caprichosa le dio por atendernos mas y mejor que a otros, que señores, lamento comunicar con dolor en el alma, que aún son mayoría, los jodidos digo. La reflexión no viene sujeta a normar a la esperanza, o a desanimar al movimiento que de nuevo luce las virtudes de ser fuerte en cuanto a número, ni mucho menos intento desalentar a los vecinos de derecha que son perseguidos por el fantasma del comunismo desde tiempos que por aquí no se vivieron. Lo que pretendo es que tratemos a las reservas de licor como se tratan a las reservas energéticas, que se ponga límite al número de tragos disponibles por persona (excluyendo a quienes deban ser apartados por motivos fútiles que garanticen mas para los panas) y que apresemos a los bebedores que intentan demostrar la tesis que no existe daño posible para quienes la ciencia a identificado como agentes pasivos en el beber. Claro, a veces un mal artículo puede sufrir un final feliz, ajeno incluso a quien mal les escribe, pero vinculado a la idea principal que por limitaciones llegó a la antimateria literaria, porque la promoción electorera del comandante amoroso, permite establecer la certeza que unos beben y otros se rascan.
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