El primer socialista del siglo XXI:
En una reunión reciente, un grupo de amigos, temerosos por la arremetida cantada del régimen contra quienes lo adversan, llegaron al colmo de sugerir que el estado-gobierno va a someter con torturas indescriptibles por su crueldad, a sujetos que ¨piensen diferente¨. Sin ánimos de burlarme sobre algo tan serio (el temor era real) les contesté que la solución para evitar que ¨nos descubran¨ era dejar de pensar. Fue cuando me di cuenta que dentro de la conversación no se permitían salidas irónicas ante una visión de país que otorga superpoderes a quienes a sangre y fuego van a imponer al comunismo para, entre otras cosas, redistribuir la propiedad, y así los bienes que pertenecen a la derecha entregarlos, por medio de un acto de justicia no regulado aún, a los señores vestidos de rojo. Mis amigos de siempre y sus relacionados ante mis explicaciones, condimentadas con escoses y jamón de la sierra ibérica (pero de acá), durante un espacio de tiempo regido por la falta de ideas, levantaron un muro infranqueable que me convirtió de manera sumaria, por defender mi razón, en el primer socialista del siglo XXI. La calificación se produjo por antecedentes hereditarios y porque no participo en sesiones de terror colectivo y lamentoso, en donde la premisa es que ¨aquí ya no hay nada que hacer¨ o su hermana coloquial que escupe el ¨esto se jodio¨. El problema que tienen conmigo es que por no profesar doctrina ni dogma de ningún tipo, puedo tolerar con respeto a quienes practican diversas formas de ¨creer¨, que al comentarlas me sorprenden la mas de las veces con argumentos construidos con base a las vivencias del hombre cavernario (que se alarmaba del sonido de su propia voz), y es que para eso estamos, para permitir la disidencia y la libertad de creer en lo que se nos venga en gana. Pero al continuar con el proceso de ingerir agua ardiente, que relaja sentidos, pude escuchar que mis amigos padecen, a la vez que temen a un futuro incierto, la virtud de considerar a la realidad que vivimos como consecuencia de la violencia estructural, que asfixia a muchos y que produce que aquí, por estos bares, el desprecio a la vida sea la única respuesta posible para controlar territorios en donde el estado y sus poderes son incapaces de ofrecer respuestas efectivas a un problema, que hasta ahora, ha servido para esgrimirse como bandera en elecciones que no terminan nunca (ya se habla de la activación del referéndum revocatorio para alcaldes y gobernadores). Incluso llegaron al punto de reconocer a la pobreza como problema grave y de todos, para luego ofrecer alternativas para reducirla, siempre bajo la óptica de respeto de lo que cada quien tiene, y eso para mi es un avance importante en esta loca carrera en donde quien detenta la representación de la mayoría no se somete a los límites que establece el librito azul, que por ser extraordinario pero difícil de desarrollar sin el concurso de todos, se pretende cambiar para relajar derechos que nos reivindican como sociedad. Para terminar y siguiendo con la honda de intentar desnudar mi manera de ver la vida (como si le importara a alguien y que es posible que solo sea de la boca para afuera) comento que pienso combatir a los enemigos del sentido común y si se quiere reformar la actuación del príncipe que nos gobierna, debemos instaurar, tal como se hizo en los primeros años de luz del parlamento ingles, el reconocimiento que su majestad es un ser todopoderoso para hacer el bien pero, debe por fuerza tener las manos atadas para hacer el mal. Si es así, acepto con gusto ser el primer socialista del siglo XXI.
En una reunión reciente, un grupo de amigos, temerosos por la arremetida cantada del régimen contra quienes lo adversan, llegaron al colmo de sugerir que el estado-gobierno va a someter con torturas indescriptibles por su crueldad, a sujetos que ¨piensen diferente¨. Sin ánimos de burlarme sobre algo tan serio (el temor era real) les contesté que la solución para evitar que ¨nos descubran¨ era dejar de pensar. Fue cuando me di cuenta que dentro de la conversación no se permitían salidas irónicas ante una visión de país que otorga superpoderes a quienes a sangre y fuego van a imponer al comunismo para, entre otras cosas, redistribuir la propiedad, y así los bienes que pertenecen a la derecha entregarlos, por medio de un acto de justicia no regulado aún, a los señores vestidos de rojo. Mis amigos de siempre y sus relacionados ante mis explicaciones, condimentadas con escoses y jamón de la sierra ibérica (pero de acá), durante un espacio de tiempo regido por la falta de ideas, levantaron un muro infranqueable que me convirtió de manera sumaria, por defender mi razón, en el primer socialista del siglo XXI. La calificación se produjo por antecedentes hereditarios y porque no participo en sesiones de terror colectivo y lamentoso, en donde la premisa es que ¨aquí ya no hay nada que hacer¨ o su hermana coloquial que escupe el ¨esto se jodio¨. El problema que tienen conmigo es que por no profesar doctrina ni dogma de ningún tipo, puedo tolerar con respeto a quienes practican diversas formas de ¨creer¨, que al comentarlas me sorprenden la mas de las veces con argumentos construidos con base a las vivencias del hombre cavernario (que se alarmaba del sonido de su propia voz), y es que para eso estamos, para permitir la disidencia y la libertad de creer en lo que se nos venga en gana. Pero al continuar con el proceso de ingerir agua ardiente, que relaja sentidos, pude escuchar que mis amigos padecen, a la vez que temen a un futuro incierto, la virtud de considerar a la realidad que vivimos como consecuencia de la violencia estructural, que asfixia a muchos y que produce que aquí, por estos bares, el desprecio a la vida sea la única respuesta posible para controlar territorios en donde el estado y sus poderes son incapaces de ofrecer respuestas efectivas a un problema, que hasta ahora, ha servido para esgrimirse como bandera en elecciones que no terminan nunca (ya se habla de la activación del referéndum revocatorio para alcaldes y gobernadores). Incluso llegaron al punto de reconocer a la pobreza como problema grave y de todos, para luego ofrecer alternativas para reducirla, siempre bajo la óptica de respeto de lo que cada quien tiene, y eso para mi es un avance importante en esta loca carrera en donde quien detenta la representación de la mayoría no se somete a los límites que establece el librito azul, que por ser extraordinario pero difícil de desarrollar sin el concurso de todos, se pretende cambiar para relajar derechos que nos reivindican como sociedad. Para terminar y siguiendo con la honda de intentar desnudar mi manera de ver la vida (como si le importara a alguien y que es posible que solo sea de la boca para afuera) comento que pienso combatir a los enemigos del sentido común y si se quiere reformar la actuación del príncipe que nos gobierna, debemos instaurar, tal como se hizo en los primeros años de luz del parlamento ingles, el reconocimiento que su majestad es un ser todopoderoso para hacer el bien pero, debe por fuerza tener las manos atadas para hacer el mal. Si es así, acepto con gusto ser el primer socialista del siglo XXI.
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