En el Arca de Noé:
Hasta hace poco era imposible determinar, geográficamente hablando, de donde a donde fue el primer viaje de Noé. El segundo, esta vez desde la tierra prometida hacía la firmeza de la civilización, fue realizado el domingo 18 de marzo y a mi, como representante de los monos, me tocó participar de la aventura con los sinsabores que otorga la sobriedad impuesta por vía de Ley divina (cuando manejes no bebas). Al llegar al arca, cuyo nombre era ¨Carmen Ernestina¨, fuimos puestos en fila por los asistentes del salvador de especies, quienes eran apodados ferrymozas (sin distingo de género) y luego del suplicio propio del desorden que produce el manejar a tantos animales, fuimos finalmente embarcados en la nave. Lo primero que noté fue que la distribución de los animales en el barco se logró por una carrera sin freno, en donde los primeros que llegaron ocuparon asientos en demasía, para recostar enseres, dejando a otros animales de pie y a merced de vendedores de alcohol, quienes establecieron sus preferencias para ofrecer su mercancía a los responsables de conducir vehículos. El viaje recorrió los espacios de un mar medianamente picado, que con pocos vaivenes me hizo suponer que el mismo se cumpliría sin sobresaltos. La selva reducida y confinada a un barco mas bien veloz, me llevó a pensar que la cordialidad entre especies era posible, porque incluso los depredadores se portaron sanamente (salvo uno que otro agarron de culo) con el banquete que ofrecían las hembras sometidas hasta hace nada a las bondades de un baño de sol controlado. Hasta que divisamos una pequeña embarcación a la deriva. Por disposiciones de aeronáutica civil aplicada al océano, nuestro Noé ejecutó una maniobra eterna, entre peligrosos bamboleos, que finalmente ubicó al Arca a escasos metros de una barca vacía de seres vivos, pero al parecer llena de productos ilegales y carísimos que debían ser ¨subidos al Arca para el disfrute de la tripulación¨. La parada duró algo mas de media hora, en donde las simpáticas ¨ferrymozas¨ se dedicaron a ignorar de manera olímpica a los animales presentes a cambio de entregar al azar, a quienes ellas suponían cochinos, unas bolsitas plásticas para vomitar sobre ellas, acompañadas de motas de algodón impregnadas en alcohol para intentar producir un mareo general. Finalmente el botín fue izado hasta el Arca, justo antes que los ánimos de los presentes llamaran a motín, y sin ninguna explicación el barco retomó el curso, no sin antes advertirnos por parlantes que olvidáramos el episodio y que llegaríamos a nuestro destino a una hora que no fue tal. Mi curiosidad de primate avanzado me llevó a acercarme a quien con su voz nos habló sobre medidas que nadie recordaría en caso de naufragio y ante mi pregunta entre señas de - ¿Qué pasó?- me respondió con desprecio que Noé tiene prohibido a la tripulación hablar con los animales. Al desembarcar vi a otra cantidad enorme de seres que esperaban ser embarcados en el Arca para viajar al paraíso, sin diluvio de por medio, por lo que puedo determinar que el primer viaje de Noé fue desde un puerto regido por una cruz imponente hasta una isla que a mi se me antoja a cóctel mexicano con hielo granizado. Para concluir, pido por este medio que los animales que sirven de esbirros en el puerto investiguen el incidente, porque es probable que Noé y los suyos se metan un kilo en cada viaje, para aprovechar el botín que con justicia de corsarios le robaron a la mar.
Hasta hace poco era imposible determinar, geográficamente hablando, de donde a donde fue el primer viaje de Noé. El segundo, esta vez desde la tierra prometida hacía la firmeza de la civilización, fue realizado el domingo 18 de marzo y a mi, como representante de los monos, me tocó participar de la aventura con los sinsabores que otorga la sobriedad impuesta por vía de Ley divina (cuando manejes no bebas). Al llegar al arca, cuyo nombre era ¨Carmen Ernestina¨, fuimos puestos en fila por los asistentes del salvador de especies, quienes eran apodados ferrymozas (sin distingo de género) y luego del suplicio propio del desorden que produce el manejar a tantos animales, fuimos finalmente embarcados en la nave. Lo primero que noté fue que la distribución de los animales en el barco se logró por una carrera sin freno, en donde los primeros que llegaron ocuparon asientos en demasía, para recostar enseres, dejando a otros animales de pie y a merced de vendedores de alcohol, quienes establecieron sus preferencias para ofrecer su mercancía a los responsables de conducir vehículos. El viaje recorrió los espacios de un mar medianamente picado, que con pocos vaivenes me hizo suponer que el mismo se cumpliría sin sobresaltos. La selva reducida y confinada a un barco mas bien veloz, me llevó a pensar que la cordialidad entre especies era posible, porque incluso los depredadores se portaron sanamente (salvo uno que otro agarron de culo) con el banquete que ofrecían las hembras sometidas hasta hace nada a las bondades de un baño de sol controlado. Hasta que divisamos una pequeña embarcación a la deriva. Por disposiciones de aeronáutica civil aplicada al océano, nuestro Noé ejecutó una maniobra eterna, entre peligrosos bamboleos, que finalmente ubicó al Arca a escasos metros de una barca vacía de seres vivos, pero al parecer llena de productos ilegales y carísimos que debían ser ¨subidos al Arca para el disfrute de la tripulación¨. La parada duró algo mas de media hora, en donde las simpáticas ¨ferrymozas¨ se dedicaron a ignorar de manera olímpica a los animales presentes a cambio de entregar al azar, a quienes ellas suponían cochinos, unas bolsitas plásticas para vomitar sobre ellas, acompañadas de motas de algodón impregnadas en alcohol para intentar producir un mareo general. Finalmente el botín fue izado hasta el Arca, justo antes que los ánimos de los presentes llamaran a motín, y sin ninguna explicación el barco retomó el curso, no sin antes advertirnos por parlantes que olvidáramos el episodio y que llegaríamos a nuestro destino a una hora que no fue tal. Mi curiosidad de primate avanzado me llevó a acercarme a quien con su voz nos habló sobre medidas que nadie recordaría en caso de naufragio y ante mi pregunta entre señas de - ¿Qué pasó?- me respondió con desprecio que Noé tiene prohibido a la tripulación hablar con los animales. Al desembarcar vi a otra cantidad enorme de seres que esperaban ser embarcados en el Arca para viajar al paraíso, sin diluvio de por medio, por lo que puedo determinar que el primer viaje de Noé fue desde un puerto regido por una cruz imponente hasta una isla que a mi se me antoja a cóctel mexicano con hielo granizado. Para concluir, pido por este medio que los animales que sirven de esbirros en el puerto investiguen el incidente, porque es probable que Noé y los suyos se metan un kilo en cada viaje, para aprovechar el botín que con justicia de corsarios le robaron a la mar.
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