Cuando bebas, no manejes:
Una irresponsabilidad publicitaria ha desbordado los espacios públicos pretendiendo establecer una visión difusa y benévola sobre las consecuencias de caerse a palos sin misericordia y luego tomar el volante. La campaña nos muestra a unas beldades angelicales, junto a unos seres que procuran una masculinidad que le es ajena (discúlpame Huascar), y que, teóricamente, envían un mensaje que busca un imposible; tomar con moderación. El problema con la campaña, que seguramente se basa en restricciones que impone una ley que concentra la necesidad de dibujar las maldades de beber cuando se es chofer, cuya lógica debe imponerse, es que enfoca una realidad que acaba con la vida de miles de personas alrededor del mundo, de una manera extraordinariamente estúpida. Lo digo porque en estos bares mi presencia consecuente me hace un experto en esas lides, por tanto, debo denunciar la campaña (una vaguedad que debe ser sancionada), ya que la misma, como está concebida, no va a lograr nunca concientizar a los animales que piensan que el alcohol potencia los sentidos y los reflejos al manejar. Para ofrecer opciones con visión creativa y siguiendo el consejo de mi amigo Henry Galdo, quien me ha explicado que en materia de publicidad no hay nada como ser directo, propongo que se cambie la imagen que se proyecta y se sustituya por seres reales, que con su vida errática ofrezcan la certeza que manejar bajo los efectos del alcohol puede y produce accidentes con víctimas fatales. En primer lugar sugiero que los ángeles se sustituyan por demonios rojos (sin alusiones revolucionarias) y sus protagonistas sean los siguientes: Antonio Bieliukas Díaz, quien al manejar presenta dificultades motoras y de distracción que atentan contra sujetos que creen que las vías expresas son para competir sin meta definida. Para tranquilidad de mis pocos lectores puedo comentar que no soy un chofer habitual. Quino: quien tiene una extraordinaria capacidad para beber sin moderación y que sufre alteraciones nerviosas cuando se habla del proceso revolucionario. Víctor: quien simplemente no debe beber algo diferente a un par de copas de vino tinto; y por último, el gran Otaiza, responsable de la muerte de inocentes y que por los efectos ya mencionados sufre la paranoia de ser víctima eterna de atentados imperiales. Les aseguro que no hay nada como enfrentar las dificultades con un poco de verdad. En segundo lugar recomiendo que se utilicen las imágenes de los accidentes en etiquetas fijadas en las botellas y así las palabras sobrarían. De esta manera (o de cualquier otra concebida con seriedad), podríamos sincerarnos ante un problema innegable, que cada día destruye ilusiones de miles de jóvenes (y no tanto) que ven truncado su futuro por irresponsables chóferes bebedores.
Una irresponsabilidad publicitaria ha desbordado los espacios públicos pretendiendo establecer una visión difusa y benévola sobre las consecuencias de caerse a palos sin misericordia y luego tomar el volante. La campaña nos muestra a unas beldades angelicales, junto a unos seres que procuran una masculinidad que le es ajena (discúlpame Huascar), y que, teóricamente, envían un mensaje que busca un imposible; tomar con moderación. El problema con la campaña, que seguramente se basa en restricciones que impone una ley que concentra la necesidad de dibujar las maldades de beber cuando se es chofer, cuya lógica debe imponerse, es que enfoca una realidad que acaba con la vida de miles de personas alrededor del mundo, de una manera extraordinariamente estúpida. Lo digo porque en estos bares mi presencia consecuente me hace un experto en esas lides, por tanto, debo denunciar la campaña (una vaguedad que debe ser sancionada), ya que la misma, como está concebida, no va a lograr nunca concientizar a los animales que piensan que el alcohol potencia los sentidos y los reflejos al manejar. Para ofrecer opciones con visión creativa y siguiendo el consejo de mi amigo Henry Galdo, quien me ha explicado que en materia de publicidad no hay nada como ser directo, propongo que se cambie la imagen que se proyecta y se sustituya por seres reales, que con su vida errática ofrezcan la certeza que manejar bajo los efectos del alcohol puede y produce accidentes con víctimas fatales. En primer lugar sugiero que los ángeles se sustituyan por demonios rojos (sin alusiones revolucionarias) y sus protagonistas sean los siguientes: Antonio Bieliukas Díaz, quien al manejar presenta dificultades motoras y de distracción que atentan contra sujetos que creen que las vías expresas son para competir sin meta definida. Para tranquilidad de mis pocos lectores puedo comentar que no soy un chofer habitual. Quino: quien tiene una extraordinaria capacidad para beber sin moderación y que sufre alteraciones nerviosas cuando se habla del proceso revolucionario. Víctor: quien simplemente no debe beber algo diferente a un par de copas de vino tinto; y por último, el gran Otaiza, responsable de la muerte de inocentes y que por los efectos ya mencionados sufre la paranoia de ser víctima eterna de atentados imperiales. Les aseguro que no hay nada como enfrentar las dificultades con un poco de verdad. En segundo lugar recomiendo que se utilicen las imágenes de los accidentes en etiquetas fijadas en las botellas y así las palabras sobrarían. De esta manera (o de cualquier otra concebida con seriedad), podríamos sincerarnos ante un problema innegable, que cada día destruye ilusiones de miles de jóvenes (y no tanto) que ven truncado su futuro por irresponsables chóferes bebedores.
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