Amenaza como solución revolucionaria:
Algunas veces, muy pocas para el gusto de quienes me soportan, me da por considerar una respuesta a las constantes amenazas que la cabeza de la revolución escupe cuando tiene un micrófono al frente, pero, me parece que hacerlo es gastar pólvora en zamuros. Lamentablemente y en contra de la tesis violenta que presagian tanto quienes promueven la guerra a muerte en contra del proyecto sin sustento (al menos dentro del sentido común), que grita a los cuatro vientos la certeza que el presente es inservible pero oscuro, como para los que siguen al proceso por razones de fe, para ellos, debo comentar que el líder de lideres correrá, de forma indefectible, la misma suerte del maracucho. En otras palabras, será despedido al menos que cambie, cosa que parece poco probable. Nunca he sido amigo del trabajo rutinario y ahora de viejo menos, pero es el caso que hace unos veinte y tantos años, el padre de mi hermano (el del medio) me dio la oportunidad para que pudiese formar un carácter que nunca cuajó, en medio de la libertad que produce el ganarse unos reales con el sudor de la frente, literalmente hablando. Sin recordar el origen del encuentro, la distancia se redujo en nuestras vidas para que al terminar el bachillerato me dieran el cargo de ayudante de topógrafo, en la obra que construyó el puente que pasa por un lado del único obelisco decente que existe en esta tierra, que por efecto de la concentración de ozono en esa atmósfera privada (eso dicen sus lugareños) cambia de color con el atardecer hasta volverse rojo atenuado. Allí fui testigo de la formación de la primera cooperativa de hecho, ya que la visión política del viejo, sumada al conocimiento de los obreros, permitió que con el concurso de las señoras de estos, parte del salario semanal les fuese entregado en comida y en objetos para el aseo personal, que nunca llegaban a las casas por la manía que impone el beberse el sueldo pensando que es eterno. Luego de pasar algunos días a la sombra del aire acondicionado y de atenciones secretariales, fui expulsado a la realidad para asistir, esta vez a punta de músculo, al jefe de montaje de la citada obra. Eso si era trabajo, para el cual tuve que hacer el doble del esfuerzo por ser ¨el hijo del jefe¨. El maracucho no era mala vaina, es mas, era un personaje que conocía su trabajo y que consentía al personal a su cargo aliviando sus obligaciones, con el argumento que él debía realizar las labores de forma integral para garantizar que el ¨mismo quedara bien hecho¨. Hasta que el viejo lo botó. Al hacerlo generó un conato de motín que fue apaciguado con la sorpresiva decisión de darme el cargo a mí, por lo que aprendí, de la mejor manera posible a ser hombre a punta de trompadas. Y que tiene que ver el maracucho con el comandante en jefe, señor de la América unida; la respuesta la obtuve al encarar a mi padre por lo que consideré un acto injusto. Mi viejo me comentó que el jefe de montaje convirtió al grupo en idiotas complacientes y adulantes que frustraron su labor y que de esa forma era imposible concluir el proyecto de forma eficiente y ahora, después de un siglo, le doy la razón. Así que, cuando el presidente amenaza con tomar a la fuerza los ¨campos de la faja¨ lo que está diciendo es que, probablemente, la incapacidad de sus sargentos mezclada con el sabio dictamen de expertos en la materia, permitirá por esa fecha que Venezuela (o quien haga sus veces) tenga el 60% de participación, previo pago, en unas empresas que operan con cierta eficiencia, las transnacionales que saben del negocio de la energía. Gracias a eso y al maracucho las amenazas revolucionarias me resbalan. Por cierto, yo no comparto la extraña hipnosis colectiva que salva de responsabilidad al señor comandante por las acciones de su gobierno, que cansa de solo ver la lucha que libra contra molinos de viento, con la diferencia que lo hace sin hidalguía y amparado en el billete imperial.
Algunas veces, muy pocas para el gusto de quienes me soportan, me da por considerar una respuesta a las constantes amenazas que la cabeza de la revolución escupe cuando tiene un micrófono al frente, pero, me parece que hacerlo es gastar pólvora en zamuros. Lamentablemente y en contra de la tesis violenta que presagian tanto quienes promueven la guerra a muerte en contra del proyecto sin sustento (al menos dentro del sentido común), que grita a los cuatro vientos la certeza que el presente es inservible pero oscuro, como para los que siguen al proceso por razones de fe, para ellos, debo comentar que el líder de lideres correrá, de forma indefectible, la misma suerte del maracucho. En otras palabras, será despedido al menos que cambie, cosa que parece poco probable. Nunca he sido amigo del trabajo rutinario y ahora de viejo menos, pero es el caso que hace unos veinte y tantos años, el padre de mi hermano (el del medio) me dio la oportunidad para que pudiese formar un carácter que nunca cuajó, en medio de la libertad que produce el ganarse unos reales con el sudor de la frente, literalmente hablando. Sin recordar el origen del encuentro, la distancia se redujo en nuestras vidas para que al terminar el bachillerato me dieran el cargo de ayudante de topógrafo, en la obra que construyó el puente que pasa por un lado del único obelisco decente que existe en esta tierra, que por efecto de la concentración de ozono en esa atmósfera privada (eso dicen sus lugareños) cambia de color con el atardecer hasta volverse rojo atenuado. Allí fui testigo de la formación de la primera cooperativa de hecho, ya que la visión política del viejo, sumada al conocimiento de los obreros, permitió que con el concurso de las señoras de estos, parte del salario semanal les fuese entregado en comida y en objetos para el aseo personal, que nunca llegaban a las casas por la manía que impone el beberse el sueldo pensando que es eterno. Luego de pasar algunos días a la sombra del aire acondicionado y de atenciones secretariales, fui expulsado a la realidad para asistir, esta vez a punta de músculo, al jefe de montaje de la citada obra. Eso si era trabajo, para el cual tuve que hacer el doble del esfuerzo por ser ¨el hijo del jefe¨. El maracucho no era mala vaina, es mas, era un personaje que conocía su trabajo y que consentía al personal a su cargo aliviando sus obligaciones, con el argumento que él debía realizar las labores de forma integral para garantizar que el ¨mismo quedara bien hecho¨. Hasta que el viejo lo botó. Al hacerlo generó un conato de motín que fue apaciguado con la sorpresiva decisión de darme el cargo a mí, por lo que aprendí, de la mejor manera posible a ser hombre a punta de trompadas. Y que tiene que ver el maracucho con el comandante en jefe, señor de la América unida; la respuesta la obtuve al encarar a mi padre por lo que consideré un acto injusto. Mi viejo me comentó que el jefe de montaje convirtió al grupo en idiotas complacientes y adulantes que frustraron su labor y que de esa forma era imposible concluir el proyecto de forma eficiente y ahora, después de un siglo, le doy la razón. Así que, cuando el presidente amenaza con tomar a la fuerza los ¨campos de la faja¨ lo que está diciendo es que, probablemente, la incapacidad de sus sargentos mezclada con el sabio dictamen de expertos en la materia, permitirá por esa fecha que Venezuela (o quien haga sus veces) tenga el 60% de participación, previo pago, en unas empresas que operan con cierta eficiencia, las transnacionales que saben del negocio de la energía. Gracias a eso y al maracucho las amenazas revolucionarias me resbalan. Por cierto, yo no comparto la extraña hipnosis colectiva que salva de responsabilidad al señor comandante por las acciones de su gobierno, que cansa de solo ver la lucha que libra contra molinos de viento, con la diferencia que lo hace sin hidalguía y amparado en el billete imperial.
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