El misterio de la fe en jueves santo:
La fe tiene entre sus haberes la facultad de agrupar, con una falta de similitud abismal, a quienes se adentran en su misterio para buscar remedio a penas del alma. De la misa como evento sacramental, se desprende que para considerarse completa la misma debe pasar por varios circuitos histriónicos (porque se exige la representación de un parlamento y de otras formalidades que incorporan a los fieles a la ceremonia) en donde el mas importante es la eucaristía, extraordinariamente llena de virtud literaria en donde se indica que luego de la consagración ¨eso¨ (el acto) es el misterio de la fe. Para quienes comparten y ubican su lado ¨espiritual¨ con el catolicismo apostólico y romano, el culto iniciado por Jesús (quien no excluyó a nadie con la maravillosa referencia ¨quien este libre de pecado que lance la primera peidra¨), de pan y vino transmutados en cuerpo y sangre, tiene tal valor que perderse la comunión es simplemente un tormento dogmático muy doloroso. Por supuesto que hablo de quienes se lo pierden por imposición de la doctrina que execra de esa parte vital del proceso, en donde se logra la comunión con el hijo de Dios, a quienes por asuntos variopintos, pero personalísimos, tienen el estatus civil, no reconocido por la Iglesia, de divorciados y vueltos a casar. Sin siquiera rozar lo que implica el sacramento del matrimonio, con su rigidez y liberalidad, y evitando ironizar sobre el ¨hasta que la muerte los separe¨ si y solo si no se obtiene la excepción que se guarda para la monarquía de la anulación del matrimonio eclesiástico, recurrí, para develar a la lógica, a los documentos que la Iglesia produce para adaptar su caminar a tiempos modernos, que por el retraso de su dirección, ubica sus resultas, para intentar entender el proceder del hombre, en el ambiente que se respiraba en octubre de 1.597, sin la dureza inquisitorial que imponía a la sangre y a la muerte para expiar pecados. Como antecedente puedo comentar que para estos devotos existe una salida en derecho (descartada a tropezones por la intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe y del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos) que establece que algunos canonistas negaban que la expresión «los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave» pudiese ser aplicada a los divorciados vueltos a casar civilmente. Según estos autores, puesto que el canon habla de «pecado grave» es necesario que se den todas las condiciones requeridas para la existencia del pecado mortal, también las subjetivas, que sin embargo no pueden ser juzgadas ab externo por el ministro de la Comunión; además, se requeriría una previa amonestación para que pueda perseverarse «obstinadamente» en el pecado. Pero el documento que quiero comentar es la encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA de nuestro amigo IOANNES PAULUS II, hecha pública en 2.003, con ocasión del vigésimo quinto año de su Pontificado y Año del Rosario, que contiene dentro de sus líneas la reflexión de un hombre bueno, que por razones muy terrenales tuvo la dicha y desdicha de calzar las sandalias del pescador para el bien de TODOS los fieles. El pontífice por esos días comentaba que ¨Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra redención». Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotables¨. La eucaristía celebrada en jueves santo adquiere para el santo padre anterior tal grado de importancia que la hace inexcusable para los creyentes, porque por efectos de ubicación temporal se estaría cumpliendo en día cuando Jesús la realizó por vez primera y por tanto gracias a la incuestionable convicción, toda la comunidad se hace presente en el momento histórico que soporta el mas grande misterio, el de fe. Según palabras del Papa amigo, en el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos. Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites. Por tanto y siendo como es la anterior encíclica un documento cuyas pautas se convierten en obligatorio y amable cumplimiento para los fieles, no existe razón, que por cierto nada tiene que ver con la fe, para que cualquiera que no esté en pecado mortal y que sienta la necesidad de comulgar no lo haga, sin importar su estatus civil, y mas aún si tiene la oportunidad de hacerlo en jueves santo.
La fe tiene entre sus haberes la facultad de agrupar, con una falta de similitud abismal, a quienes se adentran en su misterio para buscar remedio a penas del alma. De la misa como evento sacramental, se desprende que para considerarse completa la misma debe pasar por varios circuitos histriónicos (porque se exige la representación de un parlamento y de otras formalidades que incorporan a los fieles a la ceremonia) en donde el mas importante es la eucaristía, extraordinariamente llena de virtud literaria en donde se indica que luego de la consagración ¨eso¨ (el acto) es el misterio de la fe. Para quienes comparten y ubican su lado ¨espiritual¨ con el catolicismo apostólico y romano, el culto iniciado por Jesús (quien no excluyó a nadie con la maravillosa referencia ¨quien este libre de pecado que lance la primera peidra¨), de pan y vino transmutados en cuerpo y sangre, tiene tal valor que perderse la comunión es simplemente un tormento dogmático muy doloroso. Por supuesto que hablo de quienes se lo pierden por imposición de la doctrina que execra de esa parte vital del proceso, en donde se logra la comunión con el hijo de Dios, a quienes por asuntos variopintos, pero personalísimos, tienen el estatus civil, no reconocido por la Iglesia, de divorciados y vueltos a casar. Sin siquiera rozar lo que implica el sacramento del matrimonio, con su rigidez y liberalidad, y evitando ironizar sobre el ¨hasta que la muerte los separe¨ si y solo si no se obtiene la excepción que se guarda para la monarquía de la anulación del matrimonio eclesiástico, recurrí, para develar a la lógica, a los documentos que la Iglesia produce para adaptar su caminar a tiempos modernos, que por el retraso de su dirección, ubica sus resultas, para intentar entender el proceder del hombre, en el ambiente que se respiraba en octubre de 1.597, sin la dureza inquisitorial que imponía a la sangre y a la muerte para expiar pecados. Como antecedente puedo comentar que para estos devotos existe una salida en derecho (descartada a tropezones por la intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe y del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos) que establece que algunos canonistas negaban que la expresión «los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave» pudiese ser aplicada a los divorciados vueltos a casar civilmente. Según estos autores, puesto que el canon habla de «pecado grave» es necesario que se den todas las condiciones requeridas para la existencia del pecado mortal, también las subjetivas, que sin embargo no pueden ser juzgadas ab externo por el ministro de la Comunión; además, se requeriría una previa amonestación para que pueda perseverarse «obstinadamente» en el pecado. Pero el documento que quiero comentar es la encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA de nuestro amigo IOANNES PAULUS II, hecha pública en 2.003, con ocasión del vigésimo quinto año de su Pontificado y Año del Rosario, que contiene dentro de sus líneas la reflexión de un hombre bueno, que por razones muy terrenales tuvo la dicha y desdicha de calzar las sandalias del pescador para el bien de TODOS los fieles. El pontífice por esos días comentaba que ¨Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra redención». Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotables¨. La eucaristía celebrada en jueves santo adquiere para el santo padre anterior tal grado de importancia que la hace inexcusable para los creyentes, porque por efectos de ubicación temporal se estaría cumpliendo en día cuando Jesús la realizó por vez primera y por tanto gracias a la incuestionable convicción, toda la comunidad se hace presente en el momento histórico que soporta el mas grande misterio, el de fe. Según palabras del Papa amigo, en el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos. Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites. Por tanto y siendo como es la anterior encíclica un documento cuyas pautas se convierten en obligatorio y amable cumplimiento para los fieles, no existe razón, que por cierto nada tiene que ver con la fe, para que cualquiera que no esté en pecado mortal y que sienta la necesidad de comulgar no lo haga, sin importar su estatus civil, y mas aún si tiene la oportunidad de hacerlo en jueves santo.
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