Tuesday, February 14, 2017

Mi encuentro con Dios:


Ciertamente no tengo la pesada carga de Diego, con quien debo reunirme en Madrid al haber aceptado una rogatoria, porque mi asunto nada tiene que ver con dejar de vivir, unión de palabras que entiendo no debían volver a mencionarse, pero como no hice tal promesa, puedo comenzar por allí para darme valor y así encontrarme previamente con mi amigo Fernando, a quien no veo desde hace 25 años y ahora, por detalles que espero nada tengan que ver conmigo, es un sacerdote con buenas reseñas e intenciones en lo que se refiere al trato con sus feligreses.
No pienso llenar la cita con naderías que ubiquen espiritualidad porque ya sabemos que Dios está en cada uno en la medida y profundidad de nuestra propia visión de la vida, y para mi desde que me arrebataron a lo que más quiero (siempre en presente), la distancia es tan grande con ese señor que no tengo temor en reconocer su inexistencia.
Como ya estoy marchita, llena de arrugas, manchas en la piel y canas que me hacen ver como de cincuenta, el tramite debe recorrerse sin más interrupción que la del recuerdo de un amor que no fue y nada tuvo eso que ver con vocación ni llamados a servir.  
Anticipando la posibilidad que la sesión fuese incomoda y para conocer el hoy de mi amigo,  pasé un par de días oyendo entregas que sube Fernando cada madrugada a la nube, donde trata, algunas veces mejor que otras, transformar la palabra de Dios y sus parábolas vencidas en significado y desgastadas por su mal uso, en una navegación por rio en calma, donde se escuchan efectos de aguas infinitas, pájaros que anuncian la buena nueva y el pasar de páginas que hacen ver que hay reflexión en cada mensaje. No vale la pena hacer referencia sobre el contenido porque los pocos programas que escuché lo hice sin animo, hasta que, por no dejar, el día de nuestra cita (anterior a mi viaje a Madrid) varias palabras dichas con algo más de lentitud me llamaron la atención.   
-         -  No debemos honrar a la palabra que nos desvía del camino por más que sea palabra santa.
Puede que haya sido un juicio que se escapó del dogma de forma involuntaria,  pero para mí, al ser pronunciada la frase por una voz que se parecía mucho a la que recordaba cuando Fernando tocaba guitarra en el colegio, haciendo versiones del disco Maestra Vida de Rubén Blades, me sonó a Actúa como si creyeras, mujer de buena voluntad, desarmando el aparataje de defensa que había acumulado para el caso que me sintiera incomoda y así sacar a colación la pedofilia de los curas, la preeminencia de la política en la cúpula de la Iglesia y las riquezas que hacen de su patrimonio algo incalculable y deshonroso para quienes predican la vida de Jesús y su indudable virtud como hombre, es decir, para salir de un mal rato, apelaría a lugares comunes que hieren a los hombres de Dios con verdadera vocación.
En fin, salvada por la recepción del mensaje, quería que, gracias al encuentro con mi amigo sacerdote ubicar el perdón para no hacer de la misión que había aceptado un simple instrumento de venganza, porque sin duda la persona que debía hallar en Madrid estaría mucho peor que yo si se enterase que ha vivido los últimos 15 años esperando una sentencia de muerte que nadie dictó.
Evité para la cita (vaya tontería) ir en vestido y perfumada para no perturbar la hombría de mi amigo.
Me acodé en la barra del sitio donde habíamos quedado y de la mano de una cerveza fría comencé a sentir como se liberaban sentimientos y sensaciones que pensaba ajenos por la distancia que les puse, hasta el punto que, en un éxtasis con altísima carga sexual, fui asaltada por un estremecimiento que me llevó a sentirme mujer como hace tiempo no pasaba y sin miedo escénico me dejé llevar para disfrutar el evento plenamente.
Al terminar y luego abrir mis ojos, húmedos de gozo, pude ver que Fernando estaba a mi lado, muy cerca y tuve la certeza que me acompañó en silencio, pero muy presente en lo que sentí.
Sus palabras, para saludarme luego de 25 años sin vernos, fueron suficientes para entender lo que me sucedió.

-         -  Hola, sabes que siempre termino mis sermones con las palabras ¨vayan en paz¨, pues bien, gracias a ti, cambiaré el final a ¨paz y amor¨.