Sunday, July 25, 2021

Alcayatas en verano.

Para muchos, el del 20 fue un verano para el olvido. Nos agarró con el pie cambiado y con ganas de salir a la calle sin importar que al hacerlo sembrábamos la muerte de quienes, por razones de edad, no merecían terminar sus días sin aire. El mejor verano es el actual o por razones de memoria el anterior y de este último haré una referencia distópica.

El año pasado además del calor, la calle estaba saturada de rostros a medio camino intentando aprovechar las horas de libertad guardando distancia. Se suspendieron los abrazos, los besos quedaron al vuelo bloqueados por, en su mayoría, una capa azul que nos esparcía el acné y nos llevaba a respirar nuestras miserias reciclando el gas atrapado en tela sintética.

Fuimos amables y comenzamos a extrañar a quienes nos tenían hartos al combinar nuestras manías con sus mañas porque en justicia y por historia los apreciamos. Quedé maravillado por la sublime belleza de la mirada femenina.

Las orejas se transformaron en alcayatas de una hamaca que se hizo obligatoria con tardanza. Los malos aprovecharon el tiempo para burlar la justicia, pero espero que el tiempo del señor sea perfecto. Los moralistas se excedían, la Iglesia guardó prudente distancia doctrinaria para acoger a las víctimas, la ayuda mutua tomó el control de las horas de salida mientras nuestros representantes hicieron de la deriva un modo de hacer política.  

Según reportes del norte, se adelantó varias horas disfrutar de la primera fría y siempre en casa y el mundo comenzó a sanar porque nos vimos forzados a darle una tregua. Disminuyó la revisión ideológica del pensamiento. Las aguas y el cielo se hicieron visibles, el ruido de las chicharras ya no combatía a las máquinas y el andar se transformó en una experiencia liberadora, más si se tenían mascotas.

La ciencia se abocó a inventar, aunque el despistaje del virus se impuso más que la cura. No miramos por los viejos, los discapacitados y no elaboramos protocolos para quienes deben usar lentes (basta de llamarles gafas porque a las damas ni con el pétalo de una rosa), pero el mundo respiró mientras nos ahogábamos.   

Perdimos la amistad de quienes debíamos perderla, el miedo nos hizo lo que somos, seres desvalidos que únicamente sobreviven arrasando el entorno. Los mares y sus habitantes dejaron de ser atacados, nos embarcamos en proyectos comprometidos, pensamos en otra economía, dejamos de construir mamotretos y los gobiernos fallidos acomodaron sus piezas para impedir hacer lo que deben aparentando cuidarnos. Se dibujaron trazos de una economía solidaria, el nuevo diluvio universal sentó las veces para mirarnos como iguales y debo reconocer que me convencí que la meta luego del verano, del otoño y de los tiempos que vendrán era la construcción de un entorno amable para todos los seres que convivimos por estos bares, obligándonos a ser mejores sin intentar el atajo que centraría el esfuerzo en conseguir estar como antes del confinamiento.

La piedra sigue sin cambiar de lugar y todos en fila esperamos tropezar con ella por sopotocienta vez, como si de un imán se tratara. Entre dos opciones no excluyentes y salvables racionalmente (mejorar y cambiar) ejercimos nuestro derecho a no elegir ninguna. No había manera de precisar que bajaríamos la guardia cuando el bicho sigue su progresión de alfabeto griego. Por eso, por haber perdido la oportunidad pensando que se podía, pero rodeado de esperanza que duró más de noventa días, el verano anterior fue el mejor de mi vida.

Sunday, March 14, 2021

Igualita:

Desde un punto de vista ajeno pero familiar, me propongo fallar en reducir en pocas palabras el recuerdo de una vida que sin quererlo influye en el futuro de quien no tuvo el gusto de conocerla.

El destino algunas veces comienza de manera tardía cuando en uno de sus giros te manda a una tierra donde recibes cobijo, aunque no puedas comunicarte con sus nacionales, expulsado desde un puerto que no permite víctimas sino objetivos de guerra.

La historia comienza con un inocente ¿Damos una vuelta? Entendiéndose lo anterior en dar un paseo caminando entre las vetas que deja el estudio de la filosofía en primero de bachillerato.

Por el camino se entrecruzan cuentos de hace 74 años cuando el mundo se dedicaba a destruirse forzando la salida por mar y luego de jornadas imposibles llegar a un país donde recibieron a la dama y su familia en medio de calor y sopa de alubias negras.

Ahora, a partir de un lugar lejano que contiene cuadros de anécdotas, se reducen varias vidas convirtiéndolas en la mejor galería.

La cultura es lo adquirido en un contexto social. Son los vestuarios, los idiomas y gestos, pero para que algo deje huella y no quede ahogado en la arena en límite con el mar, debe hacerse sentimiento.

Lo más innovador que puede hacer alguien es atraer alegría cuando ésta por razones de distancia no se acompaña con cariños maternos. En tiempos de preocupaciones amorosas debemos dejar de conquistar batallas para recordar la celebración de haber estado juntos.

Vivir una buena vida después de tener el mundo en contra es la certeza, aun teniendo la ironía como apellido y llevar el dolor como una capa de tristeza en los ojos que hace honor a quien ya no está.

Mi pionera ya no es visible, reposa entre sol abrazador, no voy a mencionarla por su nombre porque el boceto en este escrito la define y ella sabe que es así.

Su mensaje prevalece, la sonrisa debe reinar para permitir el encuentro en otra vida de personas que ya no se observan.

Friday, January 22, 2021

Esperanza aguamarina:

El reto no es fácil, poner en palabras el profundo respeto que siento por mi maestra preferida navegando por las deudas de cariños y atenciones que tengo con ella, pero vamos a por ello.

Como antesala debo explicar que los maestros en mi infancia eran tratados por sus alumnos con el respeto exigido en casa (algo que aún conservo con los mayores). Sus palabras en clase formaban oraciones cortas que revelaban instrucciones claras donde la democracia brillaba por su ausencia y si alguna duda cabía en el cumplimiento de la orden ésta se resolvía con una apertura exagerada de ojos que la disipaba enseguida.

Los primeros recuerdos que tengo de mi maestra preferida, en su labor docente, vienen de una época en que los niños eran niños, debían respetar el espacio de los adultos y no formaban parte de ningún comité para decidir el rumbo familiar.

La técnica que con ella cuajó en mis incipientes años de escuela se basaba en valorar mis aciertos de manera más bien distante, como si fuesen algo natural pero mis errores los atendía con cariño formando corrección y muchos de ellos los dejaba pasar, al menos una vez.

Ya cerca de terminar la educación primaria mi maestra jugaba un triple rol, además de atender a otros alumnos muy parecidos a mí, pero de menor edad, hacía labor social en la escuela y fungía de madre sustituta, por algunas horas, de compañeros de clase.

Fueron tiempos de rectitud necesaria y durante los doce años que estuve en el colegio mi maestra estuvo involucrada usando herramientas que permitían el ajuste del volante cuando desviaba el camino (con una frecuencia que indicaba un futuro incierto para mi) y que se reforzaban con miradas de reproche que eran suficientes para entender el mensaje y volver al ruedo en correcta formación.

Para la época que me gradué de bachiller, mi maestra además fue Directora de la Sociedad Educativa por lo que tuve el honor de recibir el Diploma de sus manos, de sus besos y sus abrazos.

Gracias a ella pude sortear la falta de cupo en la universidad, cuando tuve que regresar a casa con el rabo entre las piernas. Me recibió con amor, dejó que justificara mis fallas y 24 horas después me llevó a la Universidad donde finalmente hice el grado, para una entrevista con el Decano de la Facultad de Derecho quien se rindió ante su personalidad tramitando de forma inmediata mi admisión.

Y eso no es todo, además de aprobarle  la idea que  huir de los extremos en busca de equilibrio debía ser norma (que no ubiqué por esos días pero estuve cerca de), me ayudó con mi primer trabajo formal y pare usted de contar todo lo que ella ha hecho por mí y por otros, pero,  debo frenar el intento de recopilar lo  recibido en tantos años porque desde hace un tiempo para acá comenzó a darle clases de matemáticas a mi hija, sin querer nada a cambio, es más, una de las veces, intentando ser cortés, entorpecí una clase para preguntarle si quería un café, su reacción habla de lo astrales que son los docentes; levantó su mirada, se quitó los anteojos de ver de cerca, miró a mi hija con la señal inequívoca que la interrupción no solo era falta de educación sino de criterio y condensó en tres palabras lo que plantea el inicio del proceso evolutivo de la humanidad desde que los habitantes de este mundo comenzaron a valorar el guardar la experiencia para transmitirla de generación en generación.

-          Estoy dando clase.

Por supuesto, mi hija no solo aprobó el curso, sino que comenzó una labor que mantiene hasta la fecha, ayuda a sus compañeros usando la premisa aprendida de la ahora maestra de ella.

-          Debes saber que tanto entendieron tus compañeros en las clases de matemáticas como si nunca hubieses escuchado nada de la materia, es decir, intenta que ellos te den clase a ti.

Así, bajo esa dinámica de docencia recíproca no hay manera que la fórmula falle.

Mi maestra ha estado conmigo desde siempre y no exclusivamente en labores de orientación sino como parte fundamental de este desorden impredecible que es mi vida.

Desde hace un par de años la distancia me obliga a limitar el contacto con ella a una vez por semana, específicamente los jueves a las 10 de la mañana y de la mano del bendito teléfono móvil nos paseamos por una ceremonia de medias verdades a sabiendas que ambos no estamos bien y nos echamos en falta. He visto la progresión de su imagen por fotografías que me llegan donde se dibuja el paso de los días de una manera digna, sus cabellos ahora blancos certifican su estirpe noble, las arrugas en su rostro le dan 15 años menos, sus ojos conservan un resplandor que sugiere que aún la memoria está disponible, pero el aura que la acompaña es gris, por tanto, sus alumnos debemos hacer lo indecible para que recupere la tonalidad aguamarina, que según cuentan, es el color con que se reconoce a la esperanza.

Y cómo todo maestro que se precie, a sus 82 años está abandonada, sin reconocimiento por sus años de servicio pero con la llama docente intacta, en contacto con pocos alumnos que la ven como una segunda madre quienes escarban en su árbol genealógico buscando una rama distante que la conecte con ella y allí es donde gano la batalla porque aún soy su discípulo y no debo hurgar líneas en ningún cuadro descriptivo de parentesco para abordar una relación que tengo en forma directa, porque la mejor maestra que he tenido y tengo es mi madre.  

Monday, January 04, 2021

El silencio del niño Jesús:

Estoy  en  una  ciudad  donde  la cerveza  se  sirve  sin  recargo  con una tapa de tortilla y las palomas en invierno entran a picar las sobras que dejamos a nuestros pies y aun así extraño mi tierra azotada por la miseria en todas sus variantes. 

Pero resulta que no extrañar y hablar de ello es extrañar por medida doble y no extrañar y no hablar de ello hasta el punto de negarlo es quebrarte la vida a base de nostalgia, por tanto, lo mejor es extrañar porque eso si se puede mantener en reserva.  

Así pues, en estas navidades me dispuse a extrañar y distraer el tiempo de fuego bajo de la hechura del guiso de nuestro plato típico para meditar sobre la certeza que la vía que permita el regreso pasa por perseguir a los malos hasta atraparlos porque ellos sí tienen un plan que ejecutan con seriedad. 

Lo anterior era en esencia la base del cuento de navidad que pensaba escribir para que nadie leyera hasta que, más obligado que a gusto, fui a una de las reuniones de más de seis personas permitidas por la comunidad donde hago vecindad. Allí escuché una historia hermosa, trillada y tremendamente ajena a la realidad, pero con un mensaje importante para los no creyentes y que justifica porque Dios nos tiene al margen o al menos ha dejado de entendernos desde que su unigénito vino al mundo, se fue, regresó, se volvió a ir y entiendo que no tiene planes de vuelta como adulto hasta el juicio final. 

El relato se comprime hasta ajustar el tránsito de los hechos desde la adoración del Rey Sol, la lectura con pelos y señales del árbol genealógico de la Casa de David, hasta el nacimiento de El Salvador del vientre de una dama Virgen que no fue repudiada en un lugar perdido del mundo y rodeado de pobreza. 

El creador del cielo y la tierra, quien había intentado de todo para formarnos y ante la disyuntiva de seguir destruyendo pueblos y castigando a diestra y siniestra a sus seres consentidos, decidió mandar a la tierra, buscando entendernos luego del desliz del voto de confianza entregado con el libre albedrío, a su hijo que era él mismo (supongo que una parte de) y lo hizo y allí está el meollo, cómo primogénito de María.

Ese niño quien partió la historia en un antes y después, fue autor del primer discurso político, humano y esperanzador usando una figura literaria de repetición que hizo digerible el contenido por su fácil recordación, cuyo punto de partida, luego de ver a las multitudes y subir al monte, creo recordar fue ¨bienaventurados los pobres¨ y de allí sálvense todos los miserables, parias y poca cosa, grupo por cierto al que pertenezco con honores de guerra. 

El detalle que revela la ausencia de respuesta ante nuestras plegarias es que cada 25 de diciembre nace El Mesías, pero al llegar tiene todas las carencias que lo ubican como uno de nosotros y por ello lo hace con el mensaje anulado porque no puede hablar al no saber cómo hacerlo. 

Con todas las respuestas en su cabeza para hacernos mejores personas está condenado a aprender a expresarse y cuando está a punto de balbucear algo maravilloso y liberador, debe desaparecer de la mano de nosotros, por nosotros y para nosotros, sin poder continuar el camino que lleva a la madurez para renacer en navidad como parte de un bucle que se repetirá hasta que ordenemos la casa.

Por vida de Dios, ya es tiempo de dejarle vivir para atenderlo de otra manera, permitir que desarrolle su mensaje y adquiera actualidad, hacerlo norma de vida, aunque no seamos creyentes porque como dijo un amigo la respuesta no está en idolatrar, flagelarnos y ser parte de una ceremonia antiquísima que insiste en ¨haced esto en conmemoración mía¨ derogando su pedagogía, debemos actuar como si creyésemos y así, al conversar con el silencio, seguir celebrando el cumpleaños más importante del mundo occidental y escuchar lo que tiene atragantado hace un par de milenios el  niño Jesús.