Tuesday, August 22, 2006

La bendición de comer:

Ya no lo hago con la frecuencia de antes, cuando desde el centro me dedicaba a perder algunas horas caminando desde la esquina de Pajaritos hasta Chacaito, pasando, voluntariamente, por el Bulevar de Sabana Grande. La pauta era simple, forzar la marcha que me llevaba en descenso por la Avenida Universidad, que por efectos de capricho se transformaba al andar en la Avenida México, hasta llegar al Parque Central en donde mis pasos me llevaban a contemplar Picassos, gracias al apoyo de una marca de cerveza; por tanto y para hacer honor a los benefactores de la alta cultura (como si la misma sufriera de escalas) me tomaba una fría al lograr salir del laberinto que forma el Museo de Arte Contemporáneo. Luego el impulso cultural me llevaba a las librerías de la señora pianista y a la del ateneo, para continuar la lectura de libros que por su precio no tienen cabida en mi biblioteca, y después de un breve vistazo a folletos con imágenes de mujeres desnudas, la rutina me llevaba a contemplar por algunos minutos al precursor disfrutando en prisión de cierta libertad intelectual. El detalle es que el camino, como si de una peregrinación se tratara, ofrecía tal cantidad de detalles visuales que impedían observar el entorno que se deterioraba bajo la perplejidad de los gigantes de piedra que cuidan el Parque. Por lo que ayer, me dispuse a recorrer el paisaje mirando al frente, para observar el reto que se presenta para quienes consideran que es posible rescatar espacios conquistados por seres que al cobijo de la informalidad, conviven en una sociedad paralela, con sus propias normas de seguridad, de respeto comercial, de atención alimenticia y en fin, respirando el aire que se comprime por efecto de ocupar el lugar hasta limites imposibles (si se planifica al menos). Lo primero que se observa es que existen normas no escritas pero que se conocen, que permiten disfrutar de mínimos lugares para comerciar artículos que por magia aduanal llegan a puerto gracias al contrabando, la mayoría de los locales-formales- impiden por medio de carteles el uso de baños públicos, por lo que irremediablemente la vía se convierte en depósito de desechos humanos, se observa además una red de seguridad, que junto a la presencia de policías expertos en atender el desorden y el caos – cobrando tributo claro- permiten mantener el ataque delictivo dentro de parámetros aceptables. Cada cuatro horas, un ejército de proveedores atiende el apetito de la masa con ofertas gastronómicas aplastadas en envases de aluminio, y es allí cuando se percibe que la libertad se obtiene al esclavizar la vida a cambio de comer. El desorden esta reglado, los habitantes de ese pueblo dominado por el capitalismo revolucionario entienden que lo que se presenta día a día es una bendición que permite sustento de familias, a quienes solo se pide que se vote por la revolución para permitir que por medio de la instauración del socialismo del siglo XXI, la ficción de país que allí se vive se mantenga y mas ahora que por efectos de estadística sus habitantes fueron excluidos de la cifra de desempleo. En fin, tremendo reto que tiene el zuliano para que voten por él, con la promesa que el orden destruirá una ciudad informal y arrasará con la ilusión de vivir de quienes no tienen mas que esperar que el carrito de comida les llene el espíritu en horas fijas. Aunque aquí entre nos, no debe haber mayor problema porque eso es competencia municipal.

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